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Por Carlos del Frade / 14 de Septiembre de 2012
LOS CAMINOS DE BELGRANO
JUJUY
 

Los hechos registrados la semana anterior en Humahuaca, que generaron la muerte de Luis Darío Condorí en el marco de la disputa por la posesión de tierras, tienen una historia silenciada que es posible rastrear a partir de la reconstrucción periodística. Presentamos un capítulo del libro "Los caminos de Belgrano", del periodista y escritor Carlos del Frade, dedicado a la provincia de Jujuy. Un viaje desde el pasado hacia el presente, y desde allí, al futuro posible.




"…las fuerzas del enemigo son en mucho superiores a las mías, y éstas no están en estado de operar: es necesario trabajar infinito para darles algún tono que ha de llevar la victoria a todas partes, y el Gobierno debe proponerse que no se muevan hasta que no se hallen en estado; otro tanto deben Vs. hacer con las de la otra banda, mientras se alistan todos los preparativos: sufrir algo más, que teniendo lo que debe llamarse Ejército, instantáneamente se recupera todo: no por mucho madrugar amanece más temprano.
La retirada voy haciéndola con pausa, y con el mayor orden posible: hasta ahora se han desertado pocos y según mis medidas no han de ser muchos los que se me vayan: lo que hay es que no se duerme, se come poco y se trabaja mucho; pero no hay otro remedio para conseguir aquel fin".
Manuel Belgrano a Bernardino Rivadavia, el 31 de agosto de 1812, desde el Río Pasaje.

-La sociedad y las clases principales se dividieron. No todos apoyaron a Belgrano en su éxodo. Muchos apoyaron a los españoles. Después de la derrota de Huaqui, en 1811, la revolución está en problemas. De allí la necesidad de la retirada y el bando famoso donde habla de fusilar a los que no acompañen la retirada- cuenta Carlos Aramayo, economista, historiador y militante jujeño.
En la misma noche que los realistas entran en San Salvador, esos sectores pudientes que se niegan a seguir a Belgrano, juran fidelidad al rey de España y forman gobierno provisional con los invasores.
"Pero el problema mayor, lo que jamás le perdonarán a Belgrano, es que en 1818, avala el pedido de Güemes para institucionalizar el llamado fuero gaucho por el cual cada uno de los peones que prestaban servicio en la guerra por la independencia debían ser tratados como hombres libres y no responder entonces a los caprichos de los señores feudales de Salta, Jujuy y Tucumán. Eso genera un odio de clases contundente contra Belgrano y, obviamente, contra Güemes", revela con claridad, Carlos Aramayo.

He allí la explicación de dos hechos poderosos de la historia argentina que solamente pueden comprenderse en el lugar donde sucedieron.
Belgrano, el vencedor de Tucumán, es engrillado y detenido por el gobernador Aráoz porque él forma parte de la clase social que apoyó a los realistas cuando se produjo el éxodo jujeño.
Y de la misma manera, los Saravia y otras familias salteñas que siempre estuvieron mejor con los realistas, traicionarán a Güemes y lo emboscarán en cercanías de la ciudad en junio de 1821, provocándole la muerte.

-Es la misma clase social la que abandona a Belgrano y mata a Güemes. Y la razón es uno de los documentos menos conocido de la historia argentina, uno de los más profundos, el fuero gaucho. Un documento de emancipación social que hasta el día de hoy tiene vigencia a la hora de pensar la realidad laboral y existencial de los pueblos originarios en estos lugares donde aportaron muchísimo para llevar adelante la epopeya de la independencia – dice Aramayo.
Para el investigador, la guerra de la independencia fue "la única guerra revolucionaria que protagonizaron las masas populares y sus jefes y cuyo escenario principal fueron el actual territorio del Noroeste Argentino y el Alto Perú, hoy República de Bolivia. Existen distintas apreciaciones sobre la cantidad de combates y batallas que se libraron en territorio salteño y jujeño. Según el Archivo Capitular de Jujuy, que estudió Ricardo Rojas, fueron 159, de las cuales 124 se libraron en Jujuy. En un reciente trabajo, Rodolfo Campero, dice que en total fueron 231".

-Sin que nadie les mandase, los indios de todos los pueblos, con sus caciques y alcaldes, han salido a encontrarme y acompañarme, haciendo sus primeros cumplidos del modo más expresivo y complaciente, hasta el extremo de hincarse de rodillas, juntar las manos y elevar los ojos, como en acción de bendecir el cielo – relató Juan José Castelli a la Junta de Buenos Aires.
-Yo me intereso por vuestra felicidad no sólo por carácter, sino también por sistema, por nacimiento y por religión…es tiempo de que penséis por vosotros mismos, desconfiando de las falsas y seductivas esperanzas con que creen asegurar vuestra servidumbre. ¿No es verdad que siempre habéis sido mirados como esclavos y tratados con el mayor ultraje, sin más derecho que la fuerza ni más crimen que habitar en vuestra Patria? – escribió el mismo Castelli en una proclama el 5 de febrero de 1811.

Dice Aramayo que este contenido revolucionario en Castelli es el mismo que late en el bando redactado por Güemes el 11 de abril de 1818, "a través del cual sanciona el fuero eterno de los originarios y criollos pobres que formaban las milicias de los escuadrones que combatían a los realistas. Por esta posición, Güemes fue víctima de la conspiración de la clase terrateniente de la que provenía, que prepararon con los cabildantes de Salta y de Jujuy, junto al Gobernador de Tucumán, Bernabé Aráoz y el mismísimo General Olañeta, jefe del ejército realista y que terminó en su asesinato".
En su investigación, dice que la participación de los originarios, criollos pobres y negros fueron aumentando en el transcurso de la guerra.

En Suipacha eran 600 combatientes. En Tucumán, 1.800. En Vilcapugio y Ayohuma, llegaban a 3.500 y el llamado regimiento de artillería de la Patria contó con 1.368 hombres.
Hacia 1810, lo población blanca de Salta y Jujuy no superaba las dos mil personas, sobre un total de 18 mil.
Para Aramayo no hay duda alguna: "Lo que entusiasmaba a nuestros antepasados originarios eran las propuestas y las ideas revolucionarias. Dos ejemplos para ello: Juan José Castelli en su proclama leída en Tihahuanacu, con motivo del primer aniversario del 25 de mayo de 1810, dice: "Siendo los indios iguales a todas las demás clases en presencia de la ley, deberán los gobernadores intendentes, dedicarse con preferencia a informar de las medidas inmediatas o provisionales que puedan adoptarse para reformar los abusos introducidos en perjuicio de los indios…promoviendo su beneficio en todos los ramos y con particularidad sobre repartimiento de tierras, establecimiento de escuelas en sus pueblos y excepción de cargas e imposiciones indebidas".
Asimismo cuestiona el supuesto cierre del proceso de guerra de la independencia que la historiografía liberal ubicó en Ayacucho.
"De esta manera los liberales borran la última batalla de la guerra de la independencia librada en Tumusla, departamento Potosí, el primero de abril de 1825. En la batalla se enfrentaron el ejército de Olañeta, proclamando virrey del Perú, que contaba con 1.700 hombres y el ejército patriota de 1.300 combatientes que dirigió el coronel Carlos Medinaceli, hasta Ayacucho oficial del ejército realista. En el combate murieron 500 soldados realistas y 9 oficiales, con 720 heridos. En el fragor del combate un oficial del propio ejército realista, el teniente Francisco Sánchez, baleó a Olañeta en venganza porque este en La Paz había violado a su mujer en su ausencia. A este combate se alistaban para llegar con refuerzo las tropas de Urdininea y Alvarez de Arenales con jujeños y salteños. Por ello, como dice Guido Medinaceli Díaz, es justo y merecido decir que los chicheños, cotagaiteños y trarijeños sellaron la independencia definitiva de América del Sur".

Por su parte, José Del Frari, actual secretario general de la Central de Trabajadores Argentinos de Jujuy, la historia de Belgrano, en particular, y la de Jujuy, en general, deben ser revisadas a la hora de hacer una doble reparación.
-El pueblo jujeño no lo recibió bien a Belgrano. Todo lo contrario. Desconfiaba de ese general afeminado y que llegaba con 300 rotosos a la provincia. Pero algo sucede en el medio. Porque después inicia su campaña al Alto Perú con 5 mil personas. Allí hay algo que merece ser pensado. Allí el general Belgrano es mucho más que el creador de la bandera, es un líder político que sabe ganarse las masas. Es el hombre que promueve la reforma agraria de verdad. Uno de los principales problemas aún en este tercer milenio – dice el docente universitario y dirigente sindical.
Pensar a Belgrano, doscientos años después desde la hermosa tierra jujeña, tiene para Del Frari el adicional de saber que "siempre hay gente que se juega en serio por lo que piensa, por lo que siente. A veces creo que el mejor ejemplo es el de las mangas de langostas. Suceden pocas veces, pero ocurren. Y cuando eso pasa, las cosas cambian. Belgrano generó eso. Pero es preciso también pensar que hubo varios éxodos y no solamente uno. Porque esta provincia, Jujuy, recibió muchas invasiones y siempre, entonces, el pueblo humilde iba y venía. De allí que sostengo que Jujuy no ha sido reconocida en su total aporte a la historia de la independencia porque, entre otros aportes, perdió su famosa aduana que generaba mucho dinero por estar en el medio del trayecto con el virreinato del Perú. Nadie pensó, hasta ahora, en un fondo de resarcimiento histórico para la provincia", sostiene Del Frari con fundamento y convicción.

-Cosme, ¡despierta! Se te va a hacer tarde para dormir la siesta – dicho popular apuntado por Del Frari.
-No se si por dormir la siesta, por hace la plancha o por qué, sólo se que lo que está pasando en Jujuy es una muestra más de la clara incompetencia de una gran parte de la clase política argentina que después de tantos años de democracia, no supo, no pudo o, no quiso resolver los problemas sociales que generó producto de las políticas neoliberales que muchos de ellos ayudaron a implementar en los 90 y que hoy siguen vigentes – sostiene el dirigente e intelectual.
Según uno de sus escritos, Belgrano "marcó hace doscientos años con meridiana claridad, su preocupación por el rol subyugado de la agricultura dentro de una economía bonaerense rudimentaria, basada en el latifundio ganadero. Dijo, en pleno proceso revolucionarios en junio de 1810, que la situación de los agricultores se debía a "la falta de propiedades de los terrenos que ocupan los labradores". Este era el "gran mal" de donde provenían todas sus "infelicidades y miserias y de que sea la clase más desdichada de estas provincias, debiendo ser la primera y más principal que formase la riqueza real del estado".
Por eso, entiende Del Frari, Belgrano proponía que se facilitara a los labradores el acceso a la propiedad de la tierra y se mostró preocupado por las tierras improductivas "sin provecho propio ni del Estado", señalando la necesidad de obligar a sus poseedores a "no darlas en arriendo sino en enfiteusis a los labradores".
Para el dirigente de la CTA, Belgrano "no vaciló en aconsejar medidas extremas. A quienes tenían tierras incultas "se podría obligar a la venta de terrenos, que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían plantaciones por los propietarios".
La guerra de la independencia en Jujuy "recién finalizó con la batalla de León en 1825, con el triunfo de las ideas republicanas pero con la dura realidad que no trajo a los héroes de la revolución la recompensa de la tierra y tras la pacificación los indígenas volvieron a trabajar como peones, arrenderos o pastajeros, pasando de pagar los tributos al rey a pagar a las pocas familias acomodadas que detentaban la propiedad de la tierra. Lo que siguió ya todos lo conocemos: la subordinación política y económica acordada por las clases dominantes locales con el poder nacional o a los sectores extranjeros", dice José Del Frari.

Aquella matriz, a contramano de los proyectos, de las banderas de Belgrano, explican gran parte del presente jujeño, en particular, y argentino, en general.
En Humahuaca, en tanto, donde el cielo parece cerca y las montañas seres vivos, las calles angostas desembocan en un cerro desde donde Belgrano miraba el avance de los españoles.
Allí hay dos monumentos que emocionan.
Por un lado está el realizado a la independencia, en el año 1949, donde se destaca un mestizo que encabeza la lucha y, a sus costados, están los gauchos de Güemes y al otro, los pueblos originarios de la Quebrada que pusieron el cuerpo por la revolución de las que habló y multiplicó Belgrano.
El otro monumento es el mirador por donde el general observaba al enemigo. Dicen que, en realidad, el verdadero sitio de vigilancia es la principal altura donde está el guerrero mestizo.
Pero más allá de la certeza geográfica, es emocionante pensar en la mirada de Belgrano en aquellos momentos, en aquellos lugares.
Esas montañas multicolores están casi iguales a 1812.
La dimensión de la naturaleza empequeñece al ser humano.
Belgrano, desconocedor de semejante geografía, ha llegado hasta allí poseso de sus ideas de revolución, igualdad, respeto por los pueblos e independencia.
Es general porque aceptó jugar en el rol que le dieran con tal de llevar adelante esos principios que le queman el cuerpo y el alma.
Hasta hace menos de dos años, conocía las bondades de una vida acomodada que había ganado a fuerza de estudios y pasión demencial por escribir y tratar de modificar la realidad del monopolio con sus pensamientos.
Sus palabras dan cuenta de la impresión que ya le causaron las aguas del Paraná.
Y ahora está allí, con esas montañas enormes.
¿Qué mira Belgrano más allá del paisaje y las tropas españolas?.
¿Qué piensa Belgrano cuando mira desde las montañas de Humahuaca?.
Allá está Belgrano.
Desesperado por pólvora y dinero.
Desesperado por educación, trabajo y respeto para todos.
Desesperado por inventar una nueva y gloriosa nación en estos increíbles y desmesurados arrabales del mundo.
Ya no es el brillante intelectual, secretario del consulado y vocal de la primera junta del gobierno parido por menos de doscientos tipos que a finales de mayo de 1810 deciden crear un país.
Es algo más, es algo distinto.
Es un revolucionario que aprendió a escuchar al pueblo real y sabe que el destino de estas Provincias Unidas del Río de la Plata que todavía no se llaman así, solamente encontrarán un futuro mejor si se comprende que la revolución es la continuidad de la lucha por la tierra y la dignidad que vienen llevando esos pueblos desde hace siglos.

Dos siglos después, desde ese mirador es necesario preguntarse qué distancia separa la realidad social de Jujuy, en particular, y de la Argentina, en general, del pensamiento y la acción de aquel general desesperado.

-Diosito siempre ayuda…-dice José, remisero de San Salvador de Jujuy, ex estudiante por cuatro años de derecho y ex director de un instituto donde intentaba enseñar a bailar danza, entre otras tantas gambetas que tiró a lo largo de su vida para empatarle al fin de mes. Con suerte se queda con ciento cincuenta pesos después de una jornada de doce horas de trabajo entre cerros de una belleza casi mística. Está preocupado por la cuestión de la droga, especialmente por el paco y su llegada a la "changada", como ellos dicen.
En uno de los techos de la Argentina, media docena de familias tienen la mitad de la tierra y los pueblos originarios, los que realmente hicieron posible la independencia, los que resistieron once invasiones y pusieron el cuerpo en casi 130 batallas, siguen esperando que les entreguen lo prometido por Belgrano, Güemes y Perón.
-¿Por qué tanta tierra y nada de lugar para las familias? – pregunta Alejandra, una mamá de treinta y cuatro años, ocupante de un lugarcito en la zona conocida como El Triángulo, en Libertador General San Martín, ciudad que –en honor a la verdad- debería llamarse como su omnipresente dueño, el Ingenio Ledesma.
Alejandra, junto a centenares de vecinos, resistió las balas y los gases de la policía, la gendarmería y la seguridad privada del ingenio durante siete horas el 28 de julio pasado, cuando decidieron terminar con tanto oprobio. "Tanta tierra y nada de lugar para las familias", la síntesis del oprobio en Ledesma.
"Vivo en la casa de mi mamá con mis dos hermanos, sus familias y mi hija en un lugar muy chico. Es injusto. Por eso yo y muchos más en la misma situación salimos a pelear. Gano solamente lo de la asignación universal: 220 pesos mensuales. Por eso quiero otro futuro para mi hija Belén. Que pueda estudiar y que pueda salir de acá…", dice esta madre coraje de Libertador General San Martín.

En las oficinas del imperio, todavía están lustrosos y brillantes los escritorios y puertas de la década del veinte del siglo anterior. Al cronista le obligan a dejar la cámara afuera de la planta donde se produce el azúcar y debe esperar para entrevistar a alguno de los responsables de la empresa que, en realidad, son mucho más poderosos que los intendentes y gobernadores de turno. Una prolija mujer dice que la respuesta a los sucesos de julio las dará en Capital Federal, muy lejos del territorio donde cuatro muchachos murieron como consecuencia de alzarse en contra de los dueños de "tanta tierra" y a favor de una casa más o menos digna.
Pero hay algo concreto y contundente: decenas y decenas de familias ya están allí. Ganaron. A puro coraje, necesidad y ganas de darle algo mejor a los hijos.
Los pequeños lotes sirven para caminar entre los restos de la caña de azúcar, el fuerte y permanente olor a bagazo, las montañas azules de testigos y las casillas que se levantan con lonetas, sogas y cañas. Al fondo, sobre el río que divide el latifundio, hay una pequeña bandera argentina que pusieron los ocupantes del barrio. Está raída y sostenida por una caña que suele estremecerse por el viento. Pero allí está, resiste, como cada uno de los que vienen peleando hace siglos por la dignidad, por darle sentido existencial a la palabra dignidad.
En la ciudad, en la geografía interna del Ingenio, en realidad, hay, en cambio, dos enormes banderas argentinas, más grande que tres de esos modestos lotes que ahora aparecen en El Triángulo. Son propiedad de la empresa.

El cronista sabe, entiende, siente que –más allá del tamaño- el sentido profundo del sueño colectivo llamado Argentina está en la pequeña banderita de los ocupantes. Porque en ella se ve la insistencia de los que, desde hace más de dos siglos, siguen peleando para que la igualdad, algún día, esté en el trono de la vida cotidiana.
En Humahuaca, entre calles e iglesias que vienen del siglo diecisiete, hay un hombre sabio que entreabre las ventanas para que el interior de la parroquia tenga un ambiente amigable y casi cinematográfico.
-Hace 37 años que estoy acá –comienza diciendo el obispo de Humahuaca, Pedro Olmedo- y el nudo del problema sigue siendo la tierra. Te diría que solamente el tres por ciento de las chicas y chicos apenas llega a conocer algo de la educación universitaria. El resto la pelea para no caer en el alcohol que es la droga más devastadora que existe en toda la zona.
-¿Y por dónde pasa la esperanza? – pregunta el cronista.
-Por ellos, por el pueblo. Porque se siguen organizando y resistiendo y siguen peleando por aquello que peleaban en tiempos de Belgrano y Güemes…- dice el obispo Olmedo y el trabajador de prensa piensa, entiende y siente que aquí, en este techo de la Argentina, hay algo muy profundo que conmueve e insiste.

La resistencia y la lucha de los pueblos de Jujuy forman parte de la esperanza concreta y casi desconocida para la mayoría de los argentinos.


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Imagen: Carina Barbuscia
 

 

 

 

 

 

 

 

 
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