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Por Grupo Editor / 5 de Octubre de 2012
EL RECUERDO DE RUBÉN NARANJO
EXILIOS, RESISTENCIAS Y DEMOCRACIA

El 3 de octubre de 2005 moría el artista y profesor Rubén Naranjo, incansable compañero de las Madres de Plaza 25 de Mayo. Había nacido el 27 de noviembre de 1929 en Buenos Aires, pero fue rosarino por elección y afecto. En esta ciudad portuaria y obrera, Rubén motorizó infinidad de proyectos ligados al arte (Tucumán Arde, por ejemplo), a la educación popular (allí la Biblioteca Vigil, hoy recuperada) y la militancia política y social, como el Foro Memoria y Sociedad. Lo recordamos publicando parte de una charla inédita con su amiga Miriam Fridman Wenger, psicoanalista del Ministerio de Educación de Suiza, país al que llegó en 1976, en un exilio obligado. El encuentro -que brinda claves para entender la Argentina de los 70 y de los 90- fue el jueves 24 de julio de 1997, al cabo de la marcha de las Madres, en las mesas de un bar entrañable anclado en San Lorenzo esquina Laprida.



Rubén Naranjo: Miriam, éste es un reencuentro con un marco realmente impensado hace 20 y pico de años, cuando compartimos experiencias de otro tipo, en distintas circunstancias. Llegás a Rosario después de un exilio de muchos años. Te fuiste en el 76, por razones obvias, no es necesario decir qué significa ese año, pero lo cierto es que estás acá.
Miriam Fridman Wenger: Entre los argentinos que estamos en Europa, nos preguntamos siempre en qué año te fuiste, y cuando decimos 76, es una carta de presentación. Todos sabemos quiénes estaban en el 76.

RN: El anecdotario al respecto es infinito. Esa fecha ha sido en más de una oportunidad una credencial para mucha gente. Esa fecha abría puertas; y las sigue abriendo, aún ahora, a tantos años de distancia. Contame cómo fue aquel comienzo del exilio, cuando llegaste y te instalaste. Sos psicóloga, trabajaste allá, y más allá de tu consultorio trabajaste en el campo social.
MW: Yo vivo en Ginebra. Estaba muy afuera de las corrientes de exiliados y emigrantes, como uno pueda llamarlos. Yo estaba sola en Ginebra, donde éramos muy pocos, y teníamos a la vez cierto "privilegio de la rareza". Y a la vez, la responsabilidad de estar en el lugar en donde reside la Organización de las Naciones Unidas. Eso nos llevó en cierto modo a pelear a la Asamblea de Derechos Humanos, a trabajar para entregar listas, para buscar gente. Nos llegaba mucha información, y los pocos que estábamos allí, en Ginebra, nos sentimos muchas veces desbordados por esta responsabilidad. Sentíamos que no estábamos preparados, que no teníamos los medios para asumir esa responsabilidad. En ese momento, para mi era muy importante trabajar rápidamente en mi profesión. No porque haya sido muy importante desde el punto de vista individual, sino porque creo que lo que pasó en el 76, la tragedia de esta ciudad, de este país en el 76, estuvo determinada no solamente por los muertos, por los desaparecidos, sino también por la liquidación de la identidad individual de cada uno. Yo tenía la impresión de que era necesario volver a ocupar un lugar -social, política y culturalmente- para poder resistir. Porque de otra manera, el exilio era una muerte civil para todos nosotros. Entonces era importante re-aprender a leer otros diarios, pero seguir leyendo los diarios; re-aprender a interpretar otros signos políticos pero continuar siendo capaces de leer signos políticos. Estaba convencida que era la única manera de poder -cuando volviéramos al país- reinsertarnos. Los que perdemos el hábito de la lectura social, lo perdemos definitivamente. Y eso la experiencia nos lo confirmó más tarde.

RN: Este punto que planteás es fundamental desde el punto de vista de un militante, de alguien que ha elegido en la vida asumir compromisos hacia los demás. Hubo una numerosa partida de Argentina, gente que se tuvo que ir por razones indirectas, por temores apresurados, muchas cosas. Mucha gente que estuvo en Europa no militó en nada, no todo el exilio argentino se nutrió de una fuerza militante en Europa, tampoco fue la chilena o uruguaya, pero hubo grupos que sí militaron, que trabajaron, que tendieron puentes para sacar gente de los países que eran sojuzgados por los militares. Este es un hecho de la realidad. Y Ginebra tiene la posibilidad de ser el ombligo del mundo. Pero hay que activarlo, hay que poner la cabeza para eso. Muchos exiliados que se fueron y trabajaron tienen sus familias en Argentina, eran visibles en Europa, y mucha gente prefirió el silencio en Europa ante la posibilidad de tener una respuesta negativa en Argentina. Esto también es una realidad. ¿Cómo hizo la gente que pudo superar esta instancia? Decir: bueno, tengo mis padres, mis hijos, tengo a mis hermanos en Argentina pero no obstante, hago cosas visibles.
MW: Hay dos aspectos. Uno es que es cierto que muchos de nosotros teníamos familia acá, pero ahora vemos los riesgos. Cuando estábamos ahí lo medíamos hora a hora, situación a situación, momento a momento. Vos hablás de sacar gente, de movilizar gente, -y personalmente participé de algunos episodios- pero estando en Ginebra, y sabiendo que la situación en Suiza estaba muy bloqueada, nuestra prioridad no era solamente sacar gente. Había otros grupos que lo hacían. Nuestra prioridad era el testimonio frente a las organizaciones internacionales. Nosotros teníamos dos trabajos: por un lado, recibir a los argentinos que venían a testimoniar; por el otro, mantener las puertas de las organizaciones no gubernamentales abiertas. Ése era un trabajo de superestructura. Un trabajo difícil, y frustrante, porque raras veces un argentino nos decía "muchas gracias, ustedes me sacaron". Y había todo un trabajo de disputa, te diría que metro a metro, con las Embajadas, con las misiones diplomáticas. Y hay que señalar que la política exterior de la dictadura desde el 76 y hasta el 83 era simplemente maquiavélica. Han hecho cosas que a nadie se le ocurriría hacer. Y te doy un ejemplo: un profesor de derecho holandés, que peleó denodadamente por la situación de los desaparecidos y de los derechos humanos en Argentina, en esa época fue Director de la División de DDHH, hablamos de un hombre de talla internacional, una de las figuras más relevantes en el campo de los derechos humanos en Europa: Theo Van Vobem. Bueno: la misión argentina consiguió echarlo de las Naciones Unidas. Consiguió desplazarlo. Su historia es una de las historias más heroicas y dramáticas que nos todo vivir en Ginebra. Para nosotros fue, realmente, la conciencia del terrorismo de estado.

RN: ¿Tanta fuerza tenía la misión argentina para desplazar a este hombre?
MW: La política exterior del gobierno militar estaba muy bien estructurada. Y también hay que decir que, manifiestamente, los militares argentinos no estuvieron ni aislados ni solos: recibieron el apoyo de otros gobiernos, y de gobiernos de países poderosos. Y llegaban muy lejos. Tenían juristas extremadamente competentes, juristas internacionales, de gran valor; lamentablemente al servicio de una causa que no era noble. Ese era, para nosotros, el interés de estar en Ginebra.

RN: Te pregunto, Miriam, porque estos elementos son originales, este tipo de misión yo las desconocía totalmente, tengo años de trabajo en este campo pero no sabía que la misión argentina había gozado de tanto prestigio como para desplazar a un hombre de esta dimensión –prestigio, fuerza o poder- estos juristas ¿eran europeos, argentinos, de dónde?
MW: Yo no conozco la base de apoyo, pero los personajes que vi trabajar en Ginebra pertenecen al cuerpo diplomático argentino. Y la técnica era un trabajo de procedimientos, una guerra de procedimientos. Por ejemplo, decían: "en este orden del día se olvidaron la coma, entonces nosotros no podemos aceptar que ustedes permitan hablar a tal señor". Así era esta guerra de procedimientos permanentes con la que confrontó mucha diplomacia europea en el intento de defender la situación de los derechos humanos en la Argentina. Yo pienso en la diplomacia austríaca en cierto momento, por ejemplo. Era una guerra de procedimientos permanente, constante, que hizo que Argentina no fuera condenada por la Comisión de DDHH en 1977, ni en 1978, a pesar de un informe sobre la situación de los desaparecidos que abarcaba 1.000 páginas.

RN: ¿Y qué sensaciones tuviste a la hora de volver al país?
MW: Cuando yo te encontré, Rubén, hacía casi treinta años que no nos veíamos. Y lo primero que te dije es "yo tengo miedo por ustedes". Desde afuera, uno tiene la impresión que cambiaron muy pocas cosas, que la estructura que permitió que pasara lo que pasó en al país, está entera. Vos sabés que el sociólogo e historiador francés Gerard Noiriel escribió hace poco un análisis de los últimos 20 años de la democracia francesa. Y analizó cómo la palabra democracia fue cambiando de contenido. Lo que era un conjunto homogéneo -y sobre todo coherente- de libertades individuales fue recortando espacios, y en ese recorte cada uno perdió un pedacito. Si uno mira cómo las democracias latinoamericanas se reconstruyen en esta mitad de la década del 90, tiene la impresión que es apenas una carcaza, en la quedan sólo pedazos de un proyecto que ha sido. Gobiernos constitucionales, sí; garantías democráticas, a veces; independencia de poderes, un poco menos. Y eso es un proceso que liga a todos los países latinoamericanos.

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Imagen: Carina Barbuscia sobre fotos de Fundación Rubén Naranjo / www.rubennaranjo.com.ar





 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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