Por Grupo Editor / 28 de Junio de 2013
LAURA BONAPARTE, PRESENTE
LA IDENTIDAD DE UNA MADRE
El último domingo 23 de junio Laura Bonaparte,
una de las fundadoras de Madres de Plaza de
Mayo, terminó de anudar el pañuelo bajo su
mentón y partió, sin valijas, a encender
rebeldías en otros arrabales. Mujer emblemática
en la historia de nuestro movimiento de derechos
humanos, Laura sufrió la desaparición de su
compañero, de tres hijos y dos yernos, y fue
motor y guía en la larga batalla para que se
declarara delito de lesa humanidad la
desaparición forzada de personas. En los años
'70 trabajó en la Operación Santuario; fue
observadora de Amnistía Internacional en campos
de refugiados en El Salvador y Guatemala,
durante la guerra en Centroamérica; viajó al
Líbano para luchar contra las aberraciones de la
invasión del ejército israelí; y estuvo en
Bosnia, solidarizándose con las mujeres
musulmanas, víctimas de la política de
exterminio étnico. Compartimos parte del libro
de la periodista francesa Claude Mary, "Laura
Bonaparte. Una Madre de Plaza de Mayo contra el
olvido", donde esta mujer imprescindible
reflexiona sobre las Madres, la Plaza y las
gambetas de la vida -siempre- contra las trampas
de muerte.

LA PLAZA
Los jueves a la tarde nos encontramos en la
Plaza de Mayo. A medida que pasa el tiempo,
alguna de nosotras falta a la cita. Casi todas
hemos superado los ochenta años. Los empleados
de ese barrio de ministerios y de bancos cruzan
la plaza en forma rápida, ya acostumbrados a
nuestra presencia.
Siempre nos acompañan personas solidarias, ya
sean militantes de la agrupación HIJOS, algún
periodista extranjero, o turistas que no dejan
Buenos Aires sin pasar por la Plaza. También
llegan del interior del país familias que les
explican a sus hijos el significado de las
siluetas blancas pintadas en el piso.
En la Plaza, la ronda empieza a las 15:30. Yo
tomé como costumbre llevar mi pañuelo blanco y
el cartel sobre el cual pegué las fotos de mis
hijos, de sus parejas y del padre de mis hijos.
Nuestro movimiento tiene una trayectoria muy
amplia. Pero siempre insisto en recordar que los
protagonistas de la historia, los que lucharon,
pagando el precio con su vida, a favor de la
justicia legal y social, son los desaparecidos.
Fueron ellos quienes sembraron las semillas de
cómo pueden desarrollarse las luchas populares
en nuestro país. Preservar sus nombres, sus
historias de vida, es lo que más importa.
A medida que pasaba el tiempo, me fui
preguntando dónde nos ubicó la sociedad. Algunos
argentinos dicen que no se atreverían a
dirigirles la palabra a las Madres, que no
sabrían qué decirles. Como si hubieran delegado
en nosotras la tarea de "hacer algo a favor de
los desaparecidos".
En definitiva, ¿no habrá sido más sencillo hacer
recaer todo sobre nuestras espaldas? Como si
acaso esta tragedia concerniera solamente a las
Madres, a las Abuelas, a los Familiares, a los
jóvenes de HIJOS.
MADRES DE LA PLAZA
Quedan vacíos enormes en la historia de
nuestro país. Un solo desaparecido es una
pérdida irreparable para la sociedad en su
conjunto.
Pero al mismo tiempo, me pregunto si las Madres
no nos apresuramos en ocupar ese primer plano.
Cuando volvió el régimen democrático, tomamos
conciencia de la notoriedad que fuimos
adquiriendo: tuvimos acceso a un lugar de poder,
después de haber sido la esposa de la madre de…
Resulta que todo lugar de poder transforma las
actitudes, el modo de actuar, de pensar, de
hablar.
De la misma forma que la Virgen María ha
trascendido por la inmolación de su hijo, la
muerte de sus hijos arrancó a las Madres del
anonimato, del modo más brutal. La mayoría de
ellas no poseía otra identidad social que
aquella que la relacionaba con los comerciantes
del barrio, sus amigas, sus vecinas.
Al principio, cada una salió a la calle, sola,
para buscar un hijo, una hija. En la mayoría de
los casos, no estaban al tanto de las
actividades de sus hijos. Una le creyó a su hija
cuando le dijo que "enseñaba el catecismo" en
una villa. Pero se fue dando cuenta de que se
trataba de otra cosa, que sus hijos estaban
comprometidos en una lucha política. Otras
aseguraban que sus hijos "no tenían nada que
ver". Otras esperaron meses antes de presentar
un hábeas corpus, porque tenían la impresión de
que hacerlo era una manera de denunciar a sus
hijos, o de acusarlos. Cuando viajaban al
exterior, algunas madres se sentían paralizadas
por el miedo a las represalias si hablaban de lo
que ocurría en la Argentina.
Otras creyeron el rumor según el cual las Madres
en el exilio escondían a los desaparecidos.
Otras fueron víctimas de alucinaciones. Me pasó
a mí también, en Suiza, cuando vi a una
jovencita muy alta y flacucha, atrás de quien
salí corriendo. Durante algunos segundos, me
pareció reconocer la silueta de Irene. Hace poco
tiempo hablé con madres que me dijeron que
habían pasado por experiencias parecidas.
A pesar de esas similitudes, nos cuesta mucho
hablar de nosotras. Algunas madres lo
justificaban diciendo que no pueden pensar
solamente en la muerte. Cuando pensaban en su
hijo, su hija, los imaginaban vivos, felices, y
ponían un cubierto en la mesa para su
cumpleaños. Será amor, o la consecuencia de la
ausencia; tan insoportable que se termina
inventando un fantasma con quien hablar.
Nosotras, que luchamos para que por fin se
conozca la verdad, ¿no tendríamos que empezar
por hacer conocer nuestra propia verdad? La
verdad de nuestra lucha, por supuesto, pero sin
ocultar nuestras dudas, nuestras debilidades,
nuestros temores. Eso nos haría más humanas.
Poco importa si éramos ricas, pobres, católicas
o ateas, si estábamos de acuerdo o no con
nuestros hijos, si teníamos o no un compromiso
político.
Conozco muy bien las dificultades de ese camino,
que mi formación y mi profesión me han ayudado a
transitar durante tantos años. Quizás algunas
madres, solas, no lo pueden hacer.
¡Conozco tanto la alteración que conlleva una
desaparición! Cada madre reacciona según lo que
ha vivido. Muchas veces nos ponemos hablar de
los hijos como si fueran chiquitos. ¡Cuántas
veces me pasó! Y cuando me doy cuenta, me digo a
mí misma: "¿Pero por qué no hablé de otra
cosa?".
Y resta también esa dificultad de todas las
madres del mundo para separarse de los hijos.
Esa ambivalencia entre dos metas: que despliegue
sus propias alas, o que ese tesoro tan precioso
nos pertenezca para siempre.
¿Por qué seríamos nosotras, Madres de la Plaza
de Mayo, la excepción a esa tendencia?
Infelizmente, con el pasar del tiempo, puede
ocurrir que ese deseo de posesión crezca. Y a
veces, la Madre no resiste la tentación de
transformarse en la última heroína. Al dolor de
la desaparición de su hijo se contrapone el goce
del papel de Madre, del deber de la Madre de
alzarse al máximo de omnipotencia, al punto de
dejar más allá, en la sombra, a los hijos
desaparecidos.
GENEALOGÍA DE UNA MADRE
Trascender el mundo de la familia o del
barrio siendo arrastrada por la muerte de un
hijo, de una hija, lleva consigo consecuencias
negativas para la mujer, en ese entonces llamada
"madre de desaparecido".
"Desaparecido", "madre de desaparecido", son
expresiones completamente ambiguas, inventadas
por la crueldad de esos criminales.
La desaparición, parra un ser humano, es una
dimensión inalcanzable. Más allá de toda
comprensión. Algo impensable, que alude a la
invisibilidad. En la vida, nada se pierde
completamente. Todo lo real se gasta, se
deshilacha, se rompe pero nada de lo real
desaparece.
¿Qué queda de la identidad de una madre cuando
sus hijos desaparecen? Algunas tuvieron el dolor
de padecer la desaparición de todos sus hijos.
Es el caso de René Epelbaum, fallecida sin nunca
haber sabido algo del destino de sus tres hijos
secuestrados.
¿Puede desaparecer la genealogía?
En mi caso, ¿me considero madre porque Luis está
vivo? Pero ¿cuál es mi papel de madre con
respecto a mis otros hijos desaparecidos? Quiero
que me entiendan bien, estoy hablando de una
función materna, y no de la lucha que llevaré
hasta mis últimos días para aportar mi
testimonio, para intentar saber cuál fue el
destino de mis hijos y el de los treinta mil
desaparecidos.
Sé que cuesta mucho escucharlo, pero no hay
madre si no vive más el hijo o la hija.
Es el/la hijo/a quien significa a la madre. La
madre cuyos hijos desaparecieron se encuentra
expulsada del significante. Se vuelve el
espectro de lo que ha sido. Se la llama "madre
de desaparecido" en un lenguaje que la nombra al
mismo tiempo que la despoja. Un lenguaje que
borra lo que fue y la nombra por lo que ya no
es.
Es el motivo por el cual hablo de la crueldad
que esos canallas han incrustado hasta en el
lenguaje.
Recuperar nuestra capacidad de pensar en medio
de tanta brutalidad quiere decir recuperar
nuestra dignidad.
Quisiera que estas palabras lleguen a las
mujeres que en todo el mundo están viviendo
situaciones parecidas a las nuestras. El
surgimiento del movimiento de las Madres de
Plaza de Mayo, su fenomenal continuidad hasta
hoy en día, no se deben a las heroicas
cualidades propias, de nosotras, madres
argentinas.
LA SOLIDARIDAD DE LAS MADRES
En julio de 1996, fui invitada por el
Partido Verde y el Parlamento Europeo a
participar en Tuzla, Bosnia, en un Encuentro de
Mujeres solidarias con las mujeres de Srebrenica.
Las similutes eran asombrosas.
Una noche de 1995, soldados y policías serbios
-y algunos bosnios- irrumpieron en la ciudad de
Srebrenica y se llevaron a todos los hombres.
Del mismo modo que las Madres, esas mujeres
fueron golpeando las puertas de las comisarías,
de los tribunales, del Parlamento europeo, hasta
de las Naciones Unidas.
Igual que nosotras, se encontraban y
pronunciaban las mismas palabras: "¿A usted
también?". En el tribunal Internacional de La
Haya, fueron recogidos numerosos testimonios
siguiendo el fundamento del artículo, "la voz de
las víctimas". Estas voces revelaban los
crímenes atroces cometidos y reclamaban que
nunca se olvidara Srebrenica.
En Tuzla, una tarde me encontré con un grupo de
enfermeras y de médicos catalanes. Estábamos con
una mujer bosnia que se negaba a hablar. Lo
único que hacía era tejer. Con la ayuda de una
intérprete, le pregunté si quería enseñarme cómo
hacía su trabajo. Me senté en un banquito, cerca
de ella, con la precaución de no tocarla. Me
mostró cómo se pasaba la aguja entre los hilos
de la trama. Fue mi turno de probar, pero no lo
logré en mi primer intento. De repente, la mujer
se dio vuelta y con rudeza me trató de torpe, y
de repente se puso a sollozar sin poder parar.
Lo único que hice fue tomarle la mano. Algo en
ella se soltó. Creando esta situación, la ayudé
a salir de su "lugar" de víctima, a buscar el
"tercer lugar", el que permite seguir viviendo.
LA VIDA ES MÁS FUERTE
Nosotras, madres de desaparecidos, somos muy
similares a todas esas mujeres. No queremos ser
reconocidas como madres míticas. No somos seres
de excepción, solamente mujeres desesperadas que
llegaron a los derechos humanos por sufrir un
dolor sin nombre. En la historia de la humanidad
no hay una madre que se haya consolado con la
muerte de un hijo. ¿Acaso las representaciones
de la muerte de Cristo no muestran a María
sollozando, desconsolada?
Somos parecidas, y también distintas unas de
otras. Las diferencias son las características
de todo grupo humano y no resulta fácil
hermanarlas. Nuestro grupo tampoco es una
excepción en ese sentido. Porque somos
distintas, la organización de Madres tiene un
modo de funcionamiento horizontal. Cada una
tiene su propia palabra y su propia voz, sin una
presidenta que tenga autoridad sobre las demás.
Cada una tiene su conciencia por guía.
Quisiera remarcar que, de modo absoluto, uno
quisiera defender los derechos humanos las
veinticuatro horas. Pero debemos autorizarnos
-sobre todo las personas directamente afectadas-
a hacer otra cosa.
Y si bien nunca dejaré de ser una víctima del
genocidio que devastó a mi país, si bien mi
duelo se apagará conmigo, nunca lograron
encerrarme en ese espacio donde la muerte ronda
la derrota.
Quiero recordar que nunca estuvimos
completamente solas. Familiares, esposos,
hermanos, colegas estuvieron a nuestro lado.
Personalmente, tuve el inestimable apoyo
recibido en México, que me salvó de la locura.
Obviamente, aquí, en Buenos Aires, las
condiciones eran distintas. Los partidos
políticos les dieron la espalda a las Madres,
pero hubo personas, abogados valientes,
periodistas extranjeros dispuestos a
testimoniar. Hay que recordar que las Madres
fueron recibidas en el exterior donde dieron su
testimonio. Y sin la CONADEP y el Nunca Más,
quizás no hubiéramos resistido tanto hasta hoy
en día.
Que nuestro pañuelo blanco adquiera un sentido
depende de nosotras, de nuestra capacidad de
pasarlo a otras manos, como un símbolo de una
lucha más amplia, para una vida mejor, más
justa.
Nada se hace solo. La solidaridad, inestimable
conducta humana, se construye con gestos,
raramente con grandes frases. No hace falta
idealizar a los que toman este camino. Todos
somos capaces, con nuestros medios, sean cuales
fueren nuestra religión, nuestro rango social,
nuestro modo de ver el mundo. Defender los
derechos humanos es acceder a la posibilidad de
compartir, con otros seres humanos, la
generosidad que está dentro de cada uno.
**//**
Imagen: espaciomemoria.ar
|