Por Grupo Editor / 23 de Agosto de 2013
A 41 AÑOS DE LOS FUSILAMIENTOS DE TRELEW
LA FUGA QUE TERMINÓ EN MASACRE
La larga marcha de nuestras Madres avanza hacia
el futuro, hundiendo sus pasos en la historia
reciente. Es una memoria andante, quemante,
lúcida y agitadora. Enciende los relatos de cada
ausencia, junta los pedacitos rotos del sueño
colectivo y los une en un abrazo indispensable
que protege y contagia. Una memoria madre que no
olvida, a la que nada del dolor de sus hijos le
es indiferente. Una memoria rabiosa que exige la
justicia completa y la verdad sin matices. Una
memoria fértil que nace incansablemente, que
multiplica utopías y mañanas posibles. Una
memoria abierta, que rastrea en la vida
cotidiana las marcas del pasado reciente. Hace
41 años atrás, la histórica fuga de presos
políticos del penal de Rawson desencadenó en la
masacre de Trelew: el fusilamiento de 16
militantes populares en la base Almirante Zar,
de la Armada. Los ecos de aquellos balazos en la
noche del 22 de agosto de 1972 siguen resonando
todavía hoy. Reproducimos un fragmento de una
nota al periodista e historiador Osvaldo Bayer
sobre la masacre; y parte de una entrevista de
Victoria Ginzberg a Luis Nono Ortolani, el
encargado de negociar la rendición de quienes
habían quedado dentro del penal.
Audio: Osvaldo Bayer / La masacre de Trelew
EL PRESO 26 / Por Victoria Ginzberg “Si algo salía mal, el primero que se
quedaba adentro, el preso número 26, que vengo a
ser yo, tenía que llamar a los remises para que
se fueran los otros”, cuenta Luis “Nono”
Ortolani. El 15 de agosto de 1972 fue el
encargado de negociar la rendición de quienes
habían quedado dentro del penal. Una semana
después, se enteró por radio de la muerte de sus
compañeros. Desde ese mismo momento supo que la
versión oficial era mentira de principio a fin,
pero el detalle de cómo fueron los asesinatos lo
supo en uno de sus traslados a Buenos Aires,
cuando pudo hablar en el patio de Devoto con
René Haidar y Alberto Camps, dos de los tres
sobrevivientes de la masacre. Ortolani militaba
en el PRT-ERP, estaba a cargo del área de
propaganda. Tiene 74 años, vive en Rosario y
hace 25 años conduce el programa de radio
Hipótesis.
–¿Cómo se planeó esta fuga? –La fuga se planeó con tres escalones: el
primero eran los dirigentes principales, Mario
Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y
Domingo Menna, del PRT-ERP; Carlos Osatinsky y
Roberto Quieto, de las FAR, y Fernando Vaca
Narvaja, de Montoneros. Ellos se fueron en un
auto, son los que alcanzaron a tomar el avión,
lograron llegar a Chile y después se exiliaron
en Cuba. El segundo escalón era de 19, que
completaba el número de 25. Durante la toma, ese
grupo iba asegurando las distintas posiciones,
la enfermería, por ejemplo. Los otros iban
abriendo las puertas. El resto, hasta completar
116, participaba en la fuga desde distintos
pabellones. A Agustín Tosco, que estaba en el
penal, se le ofreció participar. El dijo que era
un dirigente sindical y que iba a esperar que lo
sacaran las masas con su lucha, pero que estaba
de acuerdo y que lo que pudiera hacer por los
compañeros estaba a disposición. Los milicos
pensaban que ese lugar era inexpugnable, porque
realmente era imposible venir desde afuera a
tomarlo. Por eso, se invirtieron los términos:
tomar el penal desde adentro e irse en un avión
de línea. En el avión había 120 asientos, pero
en Comodoro Rivadavia subían cuatro compañeros,
por eso la fuga era para 116. Tenían que venir
dos camiones o un camión y una camioneta. El
problema es que en la guardia de prevención, que
es el lugar más exterior de la cárcel, que está
bastante adelante del muro, hay un guardia que
se resiste, se produce un tiroteo y muere un
guardia. El que venía en el primer camión
escuchó los tiros e interpretó o creyó haber
visto una señal con unas mantas y entendió que
la operación había fracasado, pero no es
correcto porque no había ninguna consigna para
decir que la acción había fracasado. Si había
problemas con los camiones, el preso número 26,
que era el primero que se quedaba adentro, que
vengo a ser yo, tenía la tarea de llamar a los
remises para que se fueran los 19. Desde una de
las oficinas que habíamos tomado, pregunté a los
guardias, que estaban esposados, el número de
los remises. Les dije que vinieran a buscar
visitas. Teníamos 26 rehenes.
–¿Qué hicieron ustedes en el penal mientras
los 25 se iban al aeropuerto? ¿Se enteraron de
lo que pasaba? –Teníamos radio, nos enteramos de que los 19
habían quedado en el aeropuerto, que había
habido algún problema, escuchamos la conferencia
de prensa que se hizo allí. Mientras tanto, nos
organizamos. Yo me coloqué muy cerca de una
barricada que armamos con muebles en la puerta,
en una puertita que conducía a las calderas,
para poder, desde allí, hablar con alguien de
afuera. Detrás de mí se iban formando escalones
de compañeros armados. Yo hablaba con alguien,
no sé quién era, pero algunos compañeros que
tienen mejor oído me han dicho que era el
capellán del penal, que después les transmitía a
los penitenciarios. Yo nunca di mi nombre,
éramos dos voces en la noche. De acuerdo con las
instrucciones que yo había recibido de los
compañeros de la dirección, pido lo mismo que
los que ocupan el aeropuerto, que vengan jueces
y periodistas para garantizar nuestra vida y
nuestra integridad física. Me contestan que no
se puede porque la zona ha sido declarada de
emergencia al mando del general de brigada
(Eduardo) Betti. Entonces yo le digo, después de
una consulta rápida con mis compañeros, que las
garantías nos las dé el general Betti por radio.
Les digo, “si ustedes intentan tomar la cárcel
por asalto, nosotros somos 110 personas, hemos
tomado armas y estamos dispuestos a resistir y
esto va a ser una masacre”.
–Pero ustedes estaban dispuestos a
resistir... –Yo les decía que estábamos dispuestos a
combatir pero que no queríamos hacerlo, que
queríamos entregarnos, entregar las armas y los
rehenes con la sola condición de que por radio
se nos dieran garantías de nuestras vidas y
nuestra integridad física. Eso se repitió varias
veces a lo largo de la noche, porque el general
Betti no estaba en un escritorio, estaba en su
brigada. Las tropas iban llegando en camiones o
helicópteros y cada vez que llegaban nuevas
tropas, ellos avanzaban hacia el penal, Cuando
los compañeros de atrás veían que avanzaban, se
corría la voz hacia adelante, yo pedía
nuevamente el diálogo y repetía mis argumentos.
Esto se sucedió cinco o seis veces a lo largo de
la noche hasta que a las siete treinta, el
general Betti, dándole la formal de ultimátum,
para mantener el principio de autoridad, nos dio
las garantías. Dijo más o menos lo siguiente:
“Este comando informa a los extremistas que se
encuentran en estado de rebelión, ocupando
ilegalmente la cárcel de Rawson, que a las ocho
la cárcel será tomada por asalto. Si se rinden
antes de esa hora y entregan las armas y los
rehenes que tienen, este comando les garantiza
su vida y su integridad física”. Ahí yo pedí
hablar con un jefe penitenciario y dije que las
garantías habían sido dadas, que ellos eran
parte de esas garantías y que íbamos a enviar a
los rehenes con las armas, que las íbamos a
cargar en mantas para que los rehenes las
arrastraran y que a las 8.15 íbamos a estar cada
uno en su celda. Ellos dijeron que estaban de
acuerdo y que a las 8.15 iban a entrar y si
había gente fuera de su celda se iba a hacer
fuego. Entraron, las garantías se cumplieron, no
hubo, en ese momento, represión.
–¿Y el 22 cómo se enteraron de la masacre? –Todas las cosas que sacaron de nuestras
celdas, por lo menos en el caso del pabellón 5,
quedaron en el medio del pabellón. En una salida
al baño, un compañero logró robarse una radio
pequeña y pudimos escuchar las noticias. De esa
manera, la mañana del 22 de agosto nos enteramos
de la masacre. Comenzamos a los insultos por la
ventana y a avisar a los otros pabellones y se
generalizó. La radio informó que hubo un intento
de fuga, era la versión oficial, que la fuga
había sido reprimida y que había muertos y
heridos. Nosotros estábamos seguros de que había
sido un fusilamiento, nunca se hace nada
improvisado y menos en las condiciones en las
que estaban ellos, los habían humillado, los
habían hecho barrer desnudos, los golpearon. El
22 de agosto, sobre llovido mojado, aparte del
dolor de saber que habían matado a nuestros
compañeros, se nos vino una requisa con todo.
Hubo golpes, costillas rotas, narices rotas, y
todo lo que había quedado en el medio del
pabellón lo tiraron en la cancha de fútbol y le
prendieron fuego, guitarras, libros. Así
quedamos durante 30 días. Después empezamos a
salir de a poco, pero nunca fue el régimen de
antes.
–¿Y cuándo pudo hablar con los
sobrevivientes? –En diciembre me trasladaron a Buenos Aires
para declarar en el Camarón (La Cámara Federal
en lo Penal, que se ocupaba de los presos
políticos) y tuve oportunidad de hablar con
Alberto Camps y René Haidar. Ellos estaban
aislados en Devoto, en dos lugares distintos,
pero después empezó a haber una vida más normal
y pude hablar con ellos en el patio. El
reencuentro fue muy triste, muy doloroso. Me
contaron lo que se divulgó después, lo que
escribió Paco Urondo en La Patria Fusilada.
Relataron que a la madrugada les dijeron que
hicieran el mono, en el lenguaje carcelario es
poner todas las cosas en una manta y hacerle
cuatro nudos, y que se formaran que los iban a
trasladar a Rawson. Camps y Haidar estaban en
las últimas celdas, por eso pudieron sobrevivir.
Camps estaba con Mario Delfino, mi cuñado, al
que le decían Cacho. Haidar estaba con Carlos
Astudillo. En determinado momento empiezan a
escuchar disparos de ametralladora. Primero
creen que es un amedrentamiento, pero cuando
miran adelante, ven que están cayendo, se dan
cuenta de que los están matando y se tiran
adentro de la celda. Ahí aparecen (los capitanes
Luis) Sosa y (Roberto Guillermo) Bravo y
empiezan a escuchar tiros de 45, están
rematando. Camps y Delfino se despidieron de
forma muy sencilla. Camps le dijo: “Bueno,
Cacho, ésta es la boleta, chau”. “Chau,
Alberto.” Entraron a la celda y les preguntaron
si iban a declarar, contestaron que no y les
pegaron un tiro a cada uno. A su turno, Haidar,
para desorientar dijo “podemos declarar”, el
tipo se desorientó, venía con la pistola a
martillar y se retiró, pero vino otro y sin
preguntarles nada les pegó un tiro a cada uno.
Haidar me contó que el tiro le hizo dar una
vuelta en redondo, cayó de rodillas con el
cuerpo sobre la cucheta. El era muy corto de
vista y los lentes se le habían caído a unos 30
centímetros de su cabeza. Veía los lentes, veía
el charco de sangre que se formaba y sentía el
silbido de sus pulmones, o sea que la bala le
había atravesado los pulmones. Pensaba “¿agarro
los lentes o no agarro los lentes? Si no los
agarro, no veo nada, pero si intento agarrarlos
y alguien me está mirando se da cuenta de que no
estoy muerto y me remata”. Después entró otra
gente de la Base que estaba ajena al grupo que
perpetró la masacre. Haidar vio por el rabillo
del ojo un guardapolvo blanco y se quejó para
que vieran que estaba vivo y lo pusieron en una
camilla, donde se desmayó. Se despertó en el
Hospital Naval de Bahía Blanca.
–¿Cuándo salió en libertad? –Salí de Devoto, con el Devotazo. Fuimos a
visitar a nuestras familias y volvimos a la
militancia. Caí preso de nuevo en 1975, estuve
ocho años y medio, gran parte en Coronda.