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Por Jorge Cadús / 19 de Mayo de 2014
JUEVES EN LA PLAZA
LOS PASOS DE NORMA


En la Plaza 25 de Mayo gira un engranaje misterioso. Late ese centro multiplicado en cada plaza del país. Círculo de memoria y tiempo que abraza y denuncia, la marcha de las Madres de la Plaza, nuestras queridas Madres de los pañuelos, sigue andando. Sigue siendo. Pasaron 37 años de los primeros pasos alrededor de la Pirámide de Mayo, en Buenos Aires, frente mismo a la Casa de Gobierno usurpada entonces por los uniformes y sus tecnócratas. En forma paralela, en estos arrabales comenzaban a reunirse los Familiares de desaparecidos y detenidos. Una luminosa crónica que espera todavía ser escrita: la historia de cómo, en una ciudad sitiada por el terror y las indiferencias, un grupo de mujeres y hombres tejieron una pelea cotidiana; trenzaron los hilos de la resistencia y la solidaridad; y alumbraron, con sus miradas tristes pero dulces, el futuro posible.

Audio: Sebastián Benassi / Todos los jueves




 

“miro mi corazón hinchado de desgracias
tanto lugar como tendría para las bellas aventuras…”
Juan Gelman

“La historia de Rosario hace poco tiempo que se está conociendo, como todo el llamado interior del país estamos medio aislados. Siempre se ve lo que se muestra en Buenos Aires. Y eso ha tapado que en Rosario y la región la represión del terrorismo de Estado también fue terrible. Y tuvo en el Servicio de Informaciones, en el sótano de lo que era la Jefatura de Policía, un Centro de Clandestino de Detención donde desaparecieron 520 chicos. Una historia que ya había comenzado con la Triple A, y sus asesinatos. Y a eso le siguieron los secuestros de la dictadura, y las desapariciones. Acá en Rosario nos reuníamos los Familiares. En mi caso, estoy en este camino desde abril de 1977, cuando desaparece mi hijo Osvaldo”, cuenta Norma Birri de Vermeullen.

Su hijo, Osvaldo Mario Vermeullen fue detenido el 1 de abril del '77, en la esquina de las calles José Ingenieros y Mario Antelo, corazón del barrio rosarino Lisandro de la Torre, alrededor de las cinco de la tarde. Una hora después, personal de la Jefatura de Policía allanó el domicilio de Norma. Siete automóviles, entre patrulleros y autos particulares, sitiaron la casa buscando a la compañera de Osvaldo. La detuvieron, y recién el 3 de mayo pudo recuperar su libertad.
En la sede de Jefatura, el subcomisario Raúl Haroldo Guzmán Alfaro, Jefe de la División Informaciones de la Unidad Regional II, le indicó al esposo de Norma que "recibieron una llamada telefónica que decía que había dos personas sospechosas en calles J. Ingenieros y M. Antelo"; y que al llegar un patrullero Osvaldo "huye de a pie, perdiendo la campera con sus documentos".
Dice Norma: “imaginate: yo era un ama de casa, no sabía nada. Lo primero que hicimos fue ir al Servicio de Informaciones, donde nos mintieron. Dijeron que cuando fueron a detener a mi hijo él pudo escapar y perdió la campera con los documentos. Durante varios meses yo no sabía qué hacer, estábamos confundidos”.

Sin embargo, Norma -como tantas Madres rosarinas- no se conformó. Se encontró con otras Madres. Fueron al lugar señalado. Recorrieron baldosa por baldosa el largo de la cuadra. Preguntaron. Buscaron. Mostraron las fotos queridas de Osvaldo a cada vecino.
“Averiguando, me entero que había otro caso como el de Osvaldo, y me pongo en contacto con esa otra madre, Nelma Jalil. Ella ya conocía el caso, me llevó al lugar -un negocio- donde habían secuestrado a mi hijo”.
Así, Norma pudo reconstruir aquellos minutos de su hijo: Osvaldo estaba en esa esquina, junto a un amigo, cuando un grupo de tareas le dio la orden de detención. Buscó refugio en el interior de un negocio, en José Ingenieros 1820. Frente a la dueña del local, de un cliente y de varios vecinos, se lo llevaron.
De boca de Nelma supo también que varios familiares de detenidos y desaparecidos se estaban reuniendo en una casa particular. “Ahí fuimos”, cuenta Norma. Eran mediados del año 1977. “Nelma, junto con Esperanza Labrador y otras Madres ya viajaban a Buenos Aires, y participaban de aquellas primeras marchas en la Plaza de Mayo. Yo no viajaba, porque estaba mi esposo, así que me quedé en Familiares. Nos comunicábamos con Buenos Aires, hacíamos solicitadas conjuntas, donde colaborábamos todos, solicitadas que no se podían hacer en Rosario, acá nadie nos recibía…”, recuerda la voz cálida a pesar de las ausencias y los desgarros.

“A pesar de todo lo que se hizo, todavía falta mucho”, sentencia Norma. Y en su mirada duele –una vez más- la historia abierta de un país atravesado por la violencia política, que secuestró y asesinó a sus mejores hijos. Allí late la deuda mayor, advierte Norma. El sueño postergado: “toda nuestra lucha es para que se reivindique esa generación. Sus ideales, sus luchas, sus sueños, sus proyectos. Una generación que dio la vida por esos sueños, por este país. Por eso marchamos”.
Los pasos de Norma siguieron marchando, claro.
Embisten -al decir del poeta Jorge Boccanera- “telarañas de niebla”.
Pasos en marcha. Multiplicados desde cada jueves de ronda contra reloj en la Plaza 25 de Mayo, junto a esas mujeres de enorme ternura, imprescindibles mujeres, ya irreemplazables.

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Imagen: Jorge Contrera para Alapalabra.













 

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