Por Jorge Cadús / 7 de mayo de 2018
JUEVES EN LA PLAZA
LOS PASOS DE NORMA
“miro mi corazón hinchado de desgracias
tanto lugar como tendría para las bellas aventuras…”
Juan Gelman
Apenas comenzado el último domingo 6 de mayo, la noticia -breve- recorrió un mapa de afectos cotidianos y luchas históricas. Norma Birri de Vermeullen, Madre de la Plaza 25 de Mayo, había decidido partir hacia otros arrabales. A continuar marchando, de otros modos posibles, por verdad y justicia. Histórica militante de Madres, parte del núcleo fundador del movimiento, en los últimos años multiplicó sus actividades, desesperada por el avance de un ajuste brutal que entristecía el cuerpo y el futuro de un pueblo que amaba, y al que había dedicado su vida. Todavía en sus últimos, agitados sueños, seguía reclamando a los mercenarios de turno por la dignidad de su gente. Norma había nacido el 8 de enero de 1930. Tenía 88 años. Y una lucidez, una ternura y una fuerza a prueba de balas.
“La historia de Rosario hace poco tiempo que se está conociendo, como todo el llamado interior del país estamos medio aislados. Siempre se ve lo que se muestra en Buenos Aires. Y eso ha tapado que en Rosario y la región la represión del terrorismo de Estado también fue terrible. Y tuvo en el Servicio de Informaciones, en el sótano de lo que era la Jefatura de Policía, un Centro de Clandestino de Detención donde desaparecieron 520 chicos. Una historia que ya había comenzado con la Triple A, y sus asesinatos. Y a eso le siguieron los secuestros de la dictadura, y las desapariciones. Acá en Rosario nos reuníamos los Familiares. En mi caso, estoy en este camino desde abril de 1977, cuando desaparece mi hijo Osvaldo”, cuenta Norma Birri de Vermeullen.
Su hijo, Osvaldo Mario "Pupa" Vermeullen fue detenido el 1 de abril del '77, en la esquina de las calles José Ingenieros y Mario Antelo, corazón del barrio rosarino Lisandro de la Torre, alrededor de las cinco de la tarde. Una hora después, personal de la Jefatura de Policía allanó el domicilio de Norma. Siete automóviles, entre patrulleros y autos particulares, sitiaron la casa buscando a la compañera de Osvaldo. La detuvieron, y recién el 3 de mayo pudo recuperar su libertad.
En la sede de Jefatura, el subcomisario Raúl Haroldo Guzmán Alfaro, Jefe de la División Informaciones de la Unidad Regional II, le indicó al esposo de Norma que "recibieron una llamada telefónica que decía que había dos personas sospechosas en calles J. Ingenieros y M. Antelo"; y que al llegar un patrullero Osvaldo "huye de a pie, perdiendo la campera con sus documentos".
Dice Norma: “imaginate: yo era un ama de casa, no sabía nada. Lo primero que hicimos fue ir al Servicio de Informaciones, donde nos mintieron. Dijeron que cuando fueron a detener a mi hijo él pudo escapar y perdió la campera con los documentos. Durante varios meses yo no sabía qué hacer, estábamos confundidos”.
Sin embargo, Norma -como tantas Madres rosarinas- no se conformó. Se encontró con otras Madres. Fueron al lugar señalado. Recorrieron baldosa por baldosa el largo de la cuadra. Preguntaron. Buscaron. Mostraron las fotos queridas de Osvaldo a cada vecino.
“Averiguando, me entero que había otro caso como el de Osvaldo, y me pongo en contacto con esa otra madre, Nelma Jalil. Ella ya conocía el caso, me llevó al lugar -un negocio- donde habían secuestrado a mi hijo”.
Así, Norma pudo reconstruir aquellos minutos de su hijo: Osvaldo estaba en esa esquina, junto a un amigo, cuando un grupo de tareas le dio la orden de detención. Buscó refugio en el interior de un negocio, en José Ingenieros 1820. Frente a la dueña del local, de un cliente y de varios vecinos, se lo llevaron.
De boca de Nelma supo también que varios familiares de detenidos y desaparecidos se estaban reuniendo en una casa particular. “Ahí fuimos”, cuenta Norma. Eran mediados del año 1977. “Nelma, junto con Esperanza Labrador y otras Madres ya viajaban a Buenos Aires, y participaban de aquellas primeras marchas en la Plaza de Mayo. Yo no viajaba, porque estaba mi esposo, así que me quedé en Familiares. Nos comunicábamos con Buenos Aires, hacíamos solicitadas conjuntas, donde colaborábamos todos, solicitadas que no se podían hacer en Rosario, acá nadie nos recibía…”, recuerda la voz cálida a pesar de las ausencias y los desgarros.
La historia de Norma, pedacito de un cuerpo colectivo destrozado por el terrorismo de Estado, sumó también a la crónica larga escrita -entre el 6 y el 20 de septiembre de 1979- por la Comisisón Interamericana de Derechos Humanos en su viaje a la Argentina.
"La CIDH ha recibido en los últimos años, antes y después del pronunciamiento militar de marzo de 1976, denuncias de graves violaciones de derechos humanos en Argentina, a las cuales ha dado el trámite reglamentario. Expresó además, en diferentes oportunidades, a representantes del Gobierno argentino su preocupación por el número cada vez mayor de denuncias y por las informaciones recibidas de distintas fuentes que hacían aparecer un cuadro de violaciones graves, generalizadas y sistemáticas a derechos y libertades fundamentales del hombre".
Así comienza el "Informe sobre la situación de los derechos humanos en Argentina", resultado de ese viaje. La llegada de la Comisión estuvo precedida de un pedido formal realizado a las entonces autoridades del país, instaladas a partir del Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
"El número total de denuncias recibidas asciende a 5.580, de las cuales son nuevas 4.153, que se encuentran en proceso de tramitación", y se suman a las 1.261 denuncias que la CIDH registraba antes de su llegada al país, detallaba el Informe final de la CIDH.
Una de esas 1.261 denuncias anteriores, que motorizaron aquella visita del organismo internacional, fue radicada con fecha 26 marzo de 1979 por Norma Birri de Vermeulen.
"Mi hijo fue detenido el día 1 de abril de 1977 en la intersección de las calles José Ingenieros y Mario Antelo, de la ciudad de Rosario, por personal policial sin que hasta la fecha se conozca la causa de dicha detención, ignorándose igualmente su paradero", resumía aquella denuncia, en breves cuatro líneas tipeadas a máquina, la historia de la desaparición de Osvaldo Mario Vermeulen, y la búsqueda de su mamá, Norma.
Para aquel 1979 de la observación de la CIDH, en Rosario los Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas tenían ya un vasto recorrido de luchas cotidianas. En febrero de 1977, a casi un año de la instalación de la dictadura militar, demandaron mediante una solicitada: "Sin ausencias... sin angustias... sin odios. Peticionamos al Excelentísimo. Sr. Presidente, a los altos mandos de las Fuerzas Armadas, al Comando del II Cuerpo de Ejército, a la Corte Suprema de Justicia, a las autoridades eclesiásticas y a la prensa nacional y local para que contribuyan al total esclarecimiento de: Nuestros desaparecidos, estén vivos o muertos, y dónde se encuentran".
Las primeras reuniones se habían concretado en una vieja casona, cedida por la Liga de los Derechos del Hombre, ubicada en cortada Ricardone 58. Allí, los familiares y allegados de detenidos- desaparecidos comenzaron a recibir denuncias, a sistematizar esa información, a redactar solicitadas, en definitiva: a organizarse.
“En la Cortada eran cinco personas que se rotaban para abrir el local. Había que subir una escalera porque el lugar que nos habían prestado estaba en la planta alta de una casa muy antigua. La verdad era un lugar muy peligroso, cualquiera podía subir. Estábamos por lo menos dos horas solas, hasta que iban llegando las demás. Allí conocí a Fidel Toniolli, a Mari Prats, a Lucrecia Martínez, a White. Ahí también conocí a Irma y a Darwinia”, recuerda Norma Vermeullen.
De la mano de Darwinia Gallicchio, Irma Molina, Nelma Jalil y un puñado más de mujeres, comenzaba a gestarse el grupo de Madres de Plaza 25 de Mayo de Rosario.
Treinta años después de aquella inspección de la CIDH -que derivara en su "Informe sobre la situación de los derechos humanos en Argentina"- dieron inicio en Rosario los juicios por delitos de lesa humanidad en los Tribunales Federales de Rosario.
“A pesar de todo lo que se hizo, todavía falta mucho”, sentencia Norma.
Y en su mirada duele –una vez más- la historia abierta de un país atravesado por la violencia política, que secuestró y asesinó a sus mejores hijos. Allí late la deuda mayor, advierte Norma.
El sueño postergado: “toda nuestra lucha es para que se reivindique esa generación. Sus ideales, sus luchas, sus sueños, sus proyectos. Una generación que dio la vida por esos sueños, por este país. Por eso marchamos”.
Los pasos de Norma siguen marchando, claro.
Embisten -al decir del poeta Jorge Boccanera- “telarañas de niebla”.
Pasos en marcha. Multiplicados desde cada jueves de ronda contra reloj en la Plaza 25 de Mayo, junto a esas mujeres de enorme ternura, imprescindibles mujeres, ya irreemplazables.
**//**
|