Por Grupo Editor / 5 de Septiembre de 2013
JUEVES EN LA PLAZA
NELLY GALASSO PRESENTE
Surcada por oleadas de tristeza y dolor, Nelly
Galasso supo restituir la propia alegría, supo
reanimar su fe en la ternura posible. Como todas
nuestras queridas Madres de Plaza 25 de Mayo,
Nelly se alzó sobre la miseria programada, y
anudando el pañuelo bajo su mentón levantó
vuelo, para iluminar los sueños que siguen
pendientes. Miente esta crónica si dice que
Nelly murió un 8 de septiembre del 2009. Miente,
porque se sabe que no muere, no puede morir,
quien enciende solidaridades y repara
injusticias. Cuatro años después de su partida,
sus ojos siguen provocando arcoíris de abrigo en
el corazón de la Plaza; y su voz cálida
permanece, anunciando regresos y futuros.
En la noche del 27 de enero de 1977, Ricardo
Meneguzzi cayó, acribillado a balazos en un
operativo de la dictadura militar. Había nacido
en 1955 en una localidad del sur santafesino,
Elortondo, pero debido a una serie de
complicaciones en su salud, la familia se había
mudado a Rosario, donde había más y mejores
cuidados.
Ricki -como lo conocían- era estudiante de
Humanidades, militante de la Juventud
Universitaria Peronista (JUP) y de Montoneros.
Junto a Oscar Alfredo Bouvier organizaron el
Partido Peronista Auténtico provincial, y juntos
militaban en la misma villa de los arrabales
rosarinos.
"Pero no lo imaginen como un héroe", supo
advertir su mamá, Nelly Galasso.
Con Ricki fueron fusilados, aquella noche del
77, Germán Bianchi y Miguel Ángel Nicolau.
El 5 de septiembre del 2009, sus compañeros
-sobrevivientes del terrorismo de Estado-
pintaron en su homenaje un mural, en el lugar de
la pólvora y la sangre: Sarmiento 3781.
Apenas unos días después, el 8 de septiembre,
Nelly Galasso decidió que ya estaba bien de
"bastonear" por este lado de la vida, por esta
pampa injusta y polvorienta de aquí abajo. Y se
marchó con sus relatos, con sus historias y sus
ojos repletos de luz y de tristeza.
Había nacido en aquel Elortondo lejano y
olvidadizo, el 23 de marzo 1930.
Allí también nacieron sus tres hijos: Graciela,
Carlos y Ricardo. Allí vivieron, hasta la
mudanza a esa Rosario metalúrgica y obrera de
segunda mitad del Siglo veinte.
Cuando Ricki cayó bajo la pólvora estatal, aquel
enero de 1977, tenía 21 años de edad. Al día
siguiente, alguien se acerca a su casa, habla
con ella, le cuenta la noche y los balazos y la
caída, y la lleva al encuentro con el cuerpo de
su hijo.
El dolor desgarra, se hace insoportable, duelen
en las esquinas que antes florecían futuros
posibles. Y Nelly decide alejarse de la ciudad
que le brindó todo para quitarle todo.
Muchos años después, en la vuelta, se une a la
larga marcha de las Madres de los pañuelos, en
nuestra Plaza 25 de Mayo. Allí encontró el
abrazo negado. Allí el resguardo ante la
intemperie.
Ahora se cumplen cuatro largos años desde su
partida.
Nelly, "La China", sigue estando, claro.
Sigue marchando a nuestro lado. Con toda su
potencia, con toda su luz dulcísima y azul.
La luz de nuestras Madres de Plaza 25 de Mayo.
Porque son fuego que no cesa. Y arden ya por
siempre memoria. Por siempre futuro.
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EL REGRESO / Por Nelly Galasso
Al cruzar la puerta esa leve sensación de
frío intenta una suspendida caricia sobre los
vidrios de colores engarzados en los postigos.
Tal vez, tiempo atrás, algún arquitecto imaginó,
merced a la policromía audaz de esa puerta,
jerarquizar sus diferencias con las casas
vecinas.
Adentro la envejecida escalera de mármol,
dieciséis escalones y la puerta cancel.
Dieciséis escalones que superaba de dos en dos,
anoticiando de su llegada a los de la casa con
un largo silbido. Detrás de la puerta cancel,
los últimos nueve escalones.
Arriba nada había cambiado. El piso ajedrezado y
aquel juego con el hermano, yo camino por las
blancas, vos me alcanzás por las negras (pero
nunca pudo alcanzarlo) en el espacio oscuro, el
latido de las voces no olvidadas. Más allá al
alcance trémulo de su mano, las puertas cerradas
de las habitaciones. Y la oscuridad. La
oscuridad. Por qué siempre la oscuridad.
Regresa, el corazón abierto, colmado de
ansiedad, imagina los brazos, las miradas
sorprendidas, pero, hacia dónde lo lleva ahora
la antigua ansiedad. ¿Dónde están todos? Dónde
la música, los olores domésticos, el comedor
iluminado por la gran pantalla translúcida sobre
el centro de la mesa, el sonido de los
cubiertos, las chispas del agua destellando en
los vasos bajo el rayo de luz.
Se mueve apurado y oscuro. El cuarto de la
hermana, pero ella no, ni su perfume. Sólo un
suave, etéreo rastro de limón, pero ella no, ni
sus títeres de largas piernas colgados sobre la
cama, ni la repisa con muñecas sobrevivientes de
la infancia. ¿Dónde están todos? La penumbra
dibuja presencias invisibles, un silencio
impreciso que no puede definir, frágiles flechas
mudas atravesando el aire.
Busca en la oscuridad con desfallecida lentitud.
Un impulso lo detiene a la puerta del cuarto de
la madre y allí sí, ella duerme, tan poco
visible bajo las mantas; la dulce posibilidad de
recostarse a su lado como en la infancia, dejar
sobre su mejilla la caricia imposible en el aire
trémulo y caliente. Ella duerme y gime
suavemente, percibe las lágrimas sobre el rostro
amado, porque desde su nueva vida atenta él
puede permitirse ahora conocer la esencia sutil
de ese sueño, la telaraña de espanto que
envuelve a su madre tal como en la noche
siniestra; las bruscas frenadas a la puerta de
la casa, los pasos perversos superando
desaforados los dieciséis escalones, la ráfaga
de balas y cuánta vida le falta por vivir, la
vida que se va sobre las baldosas negras y
blancas que se han tornado rojas.
Extraído de "Relatan las Madres de Plaza de
Mayo", de Aída Albarrán (compiladora). Editorial
Ross, Rosario, 2010.
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Imagen: Carina Barbuscia sobre fotos de
Alapalabra.
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