Por Aída Albarrán / 09 de Octubre de 2013
PRIMAVERA EN NUESTRA PLAZA
PEQUEÑAS HISTORIAS
Palabras que multiplican abrazos necesarios, los
escritos especialmente redactados para Primavera
en Nuestra Plaza son un homenaje a nuestras
Madres de los pañuelos. Palabras paridas desde
la marcha cotidiana. Desde la escucha y la
pelea. Desde el dolor de las ausencias. Y
también desde la resistencia y las alegrías
cuando la Memoria triunfa y la Justicia llega,
de a pedacitos pero llega. Apenas un puñado de
emociones apretadas. Historias pequeñas que se
suman, y cuentan la crónica larga de estos
arrabales crucificados por la pólvora estatal y
el olvido planificado. Estos arrabales
resucitados por los pasos de ese puñado de
mujeres en movimiento, círculo que crece de la
mano de la Verdad hacia el futuro posible.
¿Qué puedo escribir acerca de las Madres que
agregue sustancia a la firmeza de sus pasos,
matices a la claridad de su camino?, muy poco se
puede decir, casi todo está dicho; pero ir a la
plaza permite el goce intransferible de
compartir las pequeñas historias cotidianas; lo
más interesante no es lo que se cuenta sobre
ellas sino lo que ellas o sus familiares dicen y
cuentan; ese mundo íntimo y personal solapado
por su trayectoria pública es el núcleo vital
que desnuda su humanidad y su fortaleza. Mi
participación en la ronda fue tardía, sin
embargo, las escuché afirmar infinidad de veces
que no desean reconocimiento, que los verdaderos
protagonistas son sus hijos, que ellas salieron
para buscarlos y es natural que una madre busque
a su hijo, que el venerable o vituperado pañuelo
no debe tapar el pasado, que su presencia es la
voz de los ausentes que deben ser reivindicados
como corresponde. Alrededor de la ronda se
entretejen historias que envuelven la vida como
un capullo.
No disfruté del privilegio de conocer a todas
las madres, como disfrutaron quienes las
acompañaron y acompañan desde épocas más
difíciles, pero tuve la oportunidad de compartir
con Chiche, Norma, Matilde, Élida, Noemí,
Darwinia, Esperanza, Nelly, los hermanos, hijos
y nietos de desaparecidos momentos inolvidables,
ellos me enseñaron a distinguir la belleza que
brota del dolor y que se manifiesta como
dignidad y mesura. En ese espacio –la plaza de
los jueves- el tiempo y las acciones adquieren
sentido.
Fue en la plaza donde conocí, hace pocos años, a
Esperanza Labrador; estaba junto a Manolí, su
hija; ambas debieron exiliarse después de que su
familia fuera masacrada por la dictadura.
Gracias a la intervención del cónsul de España
pudieron radicarse en ese país. Escindidas, a un
lado y otro del océano organizaron su vida.
Esperanza volvió rápido, sola se enfrentó con
los asesinos de sus hijos y su marido, pero con
la misma rapidez se integró activamente al grupo
de Madres; supo como las demás, sin manuales ni
libros de historia que sólo el espíritu gregario
trasciende. Manolí la sostuvo y la acompañó
siempre que fue posible, tenía a sus dos hijas y
a su marido en España, allí comenzaron a
reconstruir su hogar, desgajados de amigos,
familiares, vecinos; de la ciudad que los vio
crecer.
Elijo una historia, de las tantas que he
escuchado, quizás al azar o porque ha quedado
repiqueteando en mi memoria que no le puede dar
forma a la soledad. Hace poco, en Madrid, Manolí
abre las puertas de su casa con una generosidad
propia del que ha sufrido mucho. Las manos se
mueven diligentes y precisas, prepara el
almuerzo y la cocina se llena de aromas. Va y
viene. Tiene unos ojos claros y brillantes de
una profundidad indescriptible. Cuenta, de sus
hijas, de sus nietos. Como al pasar señala: "ése
es el rincón de mis muertos", y el rincón no es
triste ni oscuro, es luminoso como la casa. A la
luz de la vela parpadean los rostros de Palmiro,
Víctor, Miguel Ángel y Esperanza –recientemente
fallecida-, las flores exhalan perfume fresco de
jardín. Aquí, en Plaza 25 de Mayo reposan las
cenizas de los primeros, allá en España,
Esperanza. El estilo de Manolí no es repartir
tristeza por la vida, igual que su madre, su
sonrisa derrama cascadas que limpian el aire de
congoja.
De repente, en medio de la conversación,
recuerda y cuenta una anécdota. Posee gracia al
hablar, un tono castizo para los argentinos y
argentino para los españoles; ¿sabes?, dice,
cuando llegamos era necesario trabajar, no
teníamos ni un centavo, fue entonces cuando me
ofrecieron un trabajo durante la temporada de
verano en Alemania. Me anotaron el nombre de la
estación en un papelito y partí; atrás quedaban
Cacho, las nenas y mi mamá, me fui confiada,
subí al tren con el papelito a mano, pero cuando
entré a Alemania ¡uf! los nombres de las
estaciones me parecían todos iguales, ¡es
difícil el alemán!, exclama con gracia; me
encomendé a Dios y se ve que me escuchó porque
me bajé donde correspondía. Se ríe, lo ha
contado con una naturalidad que espanta, sin
ninguna carga melodramática. Imagino a Manolí,
con 30 años menos, sola, en un tren rumbo a
Alemania, llevando la mochila de casi toda su
familia asesinada, con la responsabilidad de
llevar un sustento a la casa y siento una pena
que no condice con su ánimo, la miro y no puedo
creer que todavía sonría. Cacho- su marido-
afirma como al pasar, "ella sacó la familia
adelante". Esta crónica es apenas un fragmento
del despojo que sufrieron tantos que quedaron a
la intemperie por la determinación de los
militares y sus cómplices civiles.
En estas pequeñas anécdotas, casi triviales para
el común de la gente que pretende un olvido
establecido por decreto reside, la vitalidad y
la vigencia de su lucha, primero en soledad,
ahora acompañadas.
La ronda continúa. No es casual que Chiche
(Massa) haya comprado los ingredientes para
elaborar sus inefables alfajores, que Norma (Vermeulen)
se interese sobre qué necesita la escuela, que
mi ex profe de matemática Lila (Forestello) esté
dispuesta a participar con los chicos, que
Matilde (Toniolli) a pesar de sus problemas de
salud también vaya; es que la Escuela 514,
recientemente llamada Madres de Plaza 25 de Mayo
-nombre elegido por los chicos- organiza este
mes una jornada de reencuentro con las Madres.
No habrá cámaras, ni periodistas, ni políticos;
circularán los mates, los alfajores y en
especial las historias y las palabras simples
que hablan de juventud, de justicia, de
esperanza y se reconocerán las generaciones en
un mismo sueño.
La memoria es el presente.
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Imagen: Florencia Bossio
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