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Por Alicia Salinas / 25 de Octubre de 2013
PRIMAVERA EN NUESTRA PLAZA
UN LUGAR EN EL CORAZÓN

El 30 de octubre de 1983 nuestro país volvía a las urnas, después de siete años de terror cotidiano impuesto por una dictadura asesina y corrupta. El 10 de diciembre de aquel año, Raúl Alfonsín asumía como presidente electo de la República Argentina. Han pasado 30 años de aquellos días de la restauración democrática, que mucho le debe a la marcha ininterrumpida de las Madres de Plaza de Mayo, única voz que se levantó en el silencio cómplice para denunciar la injusticia y exigir la verdad. 30 años que han negado, muchas veces, el abrazo y el reconocimiento a las mujeres de los pañuelos. Doblemente condenadas al silencio, nuestras Madres de la Plaza 25 de Mayo, siguieron denunciando injusticias y exigiendo verdades, desde el llamado "interior", desde las soledades multiplicadas, desde la insistencia de la ternura y la memoria. Por eso este homenaje de quienes a lo largo de estos 30 años, en distintos momentos de su historia, aprendimos de ellas la resistencia y la esperanza. Un homenaje hecho de palabras que florecen, Primavera en Nuestra Plaza, para devolver un poquito, apenas, de lo mucho que ellas han brindado, firme y dulcemente.

Audio: Enrique Llopis & Hamlet Lima Quintana - Cielo del amor.


“Esta es la raíz de la raíz,
el brote del brote,
el cielo del cielo
de un árbol llamado vida,
que crece más alto
de lo que el alma puede esperar
o la mente ocultar.
Es la maravilla que mantiene
a las estrellas separadas.
Llevo tu corazón.
Lo llevo en mi corazón”.
E.E. Cummings

Mamá, la que siempre nos mima. Mamá, la que siempre nos busca. Mamá, la que siempre nos espera. Porque según se afirma, madre hay una sola. Pero si en la Argentina decimos “Madres”, así, en plural, las Madres son ellas. Las de la plaza.

Nací en septiembre de 1976, cuando proferían sus zarpazos los feroces y cobardes húsares de la patota de Agustín Feced. La infancia de mi generación transcurrió en un país al que le costaba asumir su tragedia reciente, construir la memoria, hacer justicia. Durante la adolescencia -en la calle, en los actos, en las marchas, en la escuela- conocimos personalmente a quienes por esto bregaban, desde lo colectivo, con laboriosidad, paciencia, fuerza y dolor, más allá de los discursos y vaivenes del poder. Las Madres de nuestra Plaza, la 25 de mayo, nuestras madres. Pudimos hablarles, saber sus nombres, escuchar sus historias, compartir con respeto y admiración algunas de sus rondas de los días jueves. Entre ellas, Elena Belmont, Darwinia Gallichio, Norma Vermeulen, Nelma Jalil.

Corrían los 90. Éramos una generación de pibes y pibas entrando al ruedo de la participación, la militancia, el periodismo, en un contexto de neoliberalismo, exclusión, violencia y desmemoria. Las Madres estaban allí, firmes, en el espacio público, en los escenarios de las luchas, del otro lado del teléfono. Las llamábamos –quizás con desparpajo- de esa manera: madres, aunque generacionalmente resultaban más bien nuestras abuelas. La paradoja también consistía en que teníamos la misma edad que aquellos hijos suyos cuando habían sido secuestrados y desaparecidos por el terrorismo de Estado.

Los años pasaron pero las Madres siempre cobijaban a los nuevos y viejos jóvenes dispuestos a escucharlas, siempre tenían tiempo de charlar con dulzura y con calma, de dar su testimonio. De dar. No importaba si se trataba de un importante comunicador, un alto funcionario o un estudiante de la escuela secundaria, si acompañaba permanente o transitoriamente, si luego incurría en la indiferencia (familiar/social) de la que todo hijo alguna vez hace bandera.
Sí, los años pasaron y las Madres fueron forjando la digna lección del compromiso, la resistencia, el coraje, la ética. Esa obstinación sin concesiones, la que caracterizó la lucha de los organismos de derechos humanos, fue la que permitió recorrer primero en dictadura y luego en democracia el largo y espinoso camino hacia la justicia.
Los juicios orales y públicos por crímenes de lesa humanidad comenzaron en 2009, y continúan en nuestra ciudad. Muchas Madres llegaron a ver las audiencias y a escuchar las condenas contra los represores.

En vísperas del denominado Día de la Madre, mientras escribo estas líneas de homenaje gracias al generoso ofrecimiento de Jorge Cadús, es insistente la publicidad que convoca al regalo, de un objeto material, claro. La propuesta consumista hunde sus raíces en el sentimiento y hasta en la necesidad de retribuir a quien nos mima, nos busca, nos espera, nos recuerda…

Pero entre las pocas certezas que la vida otorga, una verdad asoma: más allá de los años, los principios y finales, las presencias y las ausencias, somos nosotros, cada uno, los que no podremos olvidar a nuestra madre, y así tampoco los argentinos olvidaremos a nuestras Madres.
Ellas recibirán siempre el mejor y más alto reconocimiento: estar en el lugar más preciado, el corazón de su pueblo. Y allí donde faltan o donde sobran las palabras, según como se mire, sólo alcanzo a decir una: Gracias.

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Imagen: Alapalabra






 

 
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