Por María Cruz Ciarniello / 31 de Octubre de
2013
PRIMAVERA EN NUESTRA PLAZA
VENCIERON
Fueron la voz navaja que desgarró los velos del
silencio impuesto. El movimiento implacable que
cansó al olvido, que lo dejó exhausto al borde
de una memoria victoriosa. Fueron, siguen siendo
siempre, el trazo lúcido en un mapa plagado de
incertidumbres, de nombres ausentes, de señales
rotas. El encuentro y la sonrisa a tiempo, la
alegría a pesar de tanto dolor asomando en las
miradas dulcísimas y abiertas. Fueron -son-
tanto amor derrotando al odio que no hay, no
habrá, palabras completas que puedan
contemplarlas en toda su dimensión de mujeres,
nuestras Madres de los pañuelos. Por eso, esta
Primavera en Nuestra Plaza florece en textos
como abrazos de escritores, poetas, militantes,
artistas y periodistas que semana a semana
acercan sus postales vivas, sus pedacitos
sueltos de esta crónica larga que las Madres de
Plaza 25 de Mayo han escrito con sus cuerpos,
con su marcha, con su infinito vuelo hacia esa
patria de Memoria, Verdad y Justicia.
El nudo aprieta cada vez que sus ojos nos miran.
Como si en ellos, volviéramos a nacer.
Un pañuelo ya no es solo un pañuelo.
La memoria lo transformó en un símbolo que todos
los jueves, en un rito esperanzador, circula en
una plaza cargada de otros tantos rituales
paridos del dolor. El abrazo, el grito, un
llanto. La lágrima, la sonrisa. Un mate y una
carta. El recuerdo, la memoria, el cuerpo
agotado, la esperanza intacta.
Cuando nos quedamos sin aire, ellas alientan con
fuego, con esa llamarada que nace de una pulsión
de vida tremendamente corajuda; de una ausencia
indecible.
A veces no estamos ni aquí ni allá. Simplemente
nos perdemos.
Ellas están, siempre están. Aquí y allá.
Giran y giran y siguen girando. "Circulen" les
ordenaron los militares aquella vez.
Ellas subvirtieron la orden transformándola en
poder. El poder decir; el poder hacer.
Aún con el alma desgarrada, sus voces salieron a
pedir la aparición con vida de sus hijos.
Implorar ante el olvido y enfrentar el terror en
la más injusta soledad.
Vencieron. Juro que lo lograron.
Hoy estamos acá, siendo testigos de cada juicio
que ampara un granito de justicia. Y entonces,
recuerdo esa imagen, ese tan esperado momento
que, más tarde o más temprano, nos alcanzó.
Era un tremendo día de sol. Con una gigantesca
emoción, acariciábamos la tentación de sentir el
roce de la justicia, apenas se escuchase la voz
del Tribunal.
Teníamos el grito atragantado.
En el recinto de los Tribunales se debatía la
suerte de los genocidas de la causa Guerrieri.
-Cadena perpetua y cárcel común- sentenciaron
los jueces.
Estallamos. Miré hacia arriba y los ví. Eran
miles.
El cielo se cubrió con la mirada de los
nuestros.
El sol ardió y la luna con gatillo fusiló el
rostro gris de los asesinos. Las Madres
acariciaron ese instante y acunaron, una vez
más, las fotos de sus hijos. Y los hijos de sus
hijos, empuñaron esas fotos como armas.
Apuntaron al cielo y tatuaron el aire con la voz
de los desaparecidos. Puedo recordar la música y
los versos y los poemas y los afectos. Y la
mirada de mi vieja queriendo respirar burbujas
de esperanza.
Desde ese día, llevo esa foto en la memoria. Me
sujeto a ella, a las manos que sostienen con
profundo amor las postales de sus hijos siempre
jóvenes que resguardan las pancartas.
Me aferro también a los ojos de las Madres, que
estallados en llanto, hablan del dolor y la
alegría en un mismo tiempo; en esa conjunción
inexplicable de sentir liberación. O a la tierna
sonrisa de Chiche, y de todas ellas.
Cada vez que mi boca las nombre será para
admirarlas todavía más.
Eso me lo enseñaron mis viejos -y esa historia
que llevan en el cuerpo- que es también mía y de
mis hermanxs.
Por mi sangre corre ese orgullo que heredé por
nuestras Madres. Va y viene, salpicando las
venas, la piel, el cuerpo entero. En los más
pibitos, esa sangre ya circula con fuerza. Cada
24 van renaciendo, de a poquito, los retoños de
sus nietos.
¿Será que la historia familiar nos encuentra en
esa imborrable foto colectiva? Será que sí, que
ahí estamos, reencontrándonos en los 30 mil
desaparecidos que acunan sus pañuelos.
Que ellas traen al presente para derrotar al
horror.
Porque en ese brillo de luz, está la vida. Y en
cada palmo del territorio nacional donde no
están sus cuerpos, ellos resucitaron.
Gracias a todas las Madres de la Plaza 25 de
Mayo por tanta dignidad, por tanto coraje.
Por no claudicar en la desesperación y en los
tiempos más injustos. Por seguir en la lucha y
multiplicarla. Por sus pasos y sus rondas.
Por cada nacimiento que alumbran sus ojos.
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Imagen: Carina Barbuscia sobre fotos de
Alapalabra.