Por Gloria Lenardón / 8 de Noviembre de 2013
PRIMAVERA EN NUESTRA PLAZA
EL REGALO
Con su carga de duelos y fatigas, nuestras
Madres de Plaza 25 de Mayo siguen marchando, que
es como decir: siguen perfumando de esperanza y
futuro; siguen alumbrando con su digna rabia;
siguen -dulces y tozudas- resguardando los
sueños que encarnaron sus hijos. Al decir del
poeta Vicente Zito Lema, sigue la vida con loca
dulzura llamando a su puerta. Sigue y seguirá
"obstinada y obstinada en esta plaza / o en
aquel jardín / quitando las piedras y malezas /
para la nueva y siempre / la erguida / breve /
humilde y alta / la tan fragante / tenue muy
tenue / eterna rosa". Para ellas, este abrazo,
esta Primavera en Nuestra Plaza que renovamos
cada jueves.
Venía envuelto en un papel delicado y guardaba
algo más delicado todavía, cuando Chiche Massa
me dio el paquetito aquel jueves de la ronda, no
entendía qué festejábamos, no era mi cumpleaños,
ni había escuchado que se recordara o se
celebrara alguna fecha de importancia para las
Madres, aunque ella se hubiera acercado en medio
de la plaza para dármelo y que además me
agradeciera: "Los voy regalando a los que nos
acompañan, en nombre de todas las Madres".
Sentí mucha vergüenza cuando conocí la razón,
pero igual abrí el paquetito.
Era un pañuelito blanco, con unas flores
chiquitas de colores, bordadas a mano, y una
puntilla hecha al crochet.
Se notaba el cuidado, la atención que se había
puesto en hacerlo.
Miré el pañuelo, hermoso, chiquito, que me
entibiaba la mano. Y me dio vergüenza por mi
mala asistencia a la plaza de los jueves, por
mis faltazos, voy de vez en cuando y no todas
las veces que puedo, voy a partir de haberlas
buscado por un proyecto editorial que me
permitió conocer mucho más íntimamente las
historias de cada una y las de sus hijos, los
hijos desaparecidos, por una mano bien
identificada, que las llevó a la plaza a
reclamarlos durante más de treinta años.
Si hay algo que en la plaza distingue a las
madres es el pañuelo blanco en la cabeza, empezó
siendo un pañal con el que envolvieron a sus
hijos recién nacidos y que habían sacado de un
cajón junto a los escarpines o batitas que
habían quedado ahí por años.
Reclamaron a sus hijos con el pañal en la
cabeza, la prueba que conservaba las primeras
huellas de aquellos cuerpos vivos y amados,
después los años los gastaron y las obligaron a
cambiarlos por un pañuelo verdadero, grande y
blanco como los pañales de tela que habían usado
cuando nacieron.
Me pregunto qué pasará por la cabeza de Chiche
Massa cada vez que en su casa -volada la
madrugada del 29 de enero de 1976 por una mano
bien identificada, y vuelta a reconstruir con
los pedazos que quedaron, en medio del silencio
de todo Rosario- se ocupa del pañuelito.
Recuerdo unos versos escritos por un chico de la
calle, uno que conoce el sufrimiento tan bien
como lo conoce Chiche Massa, "ella bordaba en
silencio el sonido de sus lágrimas", la mujer
del verso debió de haber tenido otra razón para
sufrir, pero en este momento no puedo sino
pensar en lo que en común, tienen.
Es muy grande la necesidad de que alguien esté
cerca cuando se sufre, y el pañuelito, con esas
dos o tres flores de colores vivos afirma el
valor de la compañía, de lo que ella significa.
Por eso Chiche Masa los borda así, delicados,
hermosos.
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Imagen: Jorge Chango Contrera
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