Por Osvaldo Aguirre / 28 de Noviembre de 2013
LA POESÍA VIVA DE LAS MADRES
UN ESPACIO ÍNTIMO DE RESISTENCIA
La Editorial Municipal de Rosario editó hacia
finales del 2007 un libro que reúne los
poemarios "Todo te sobrevive", de Elena Lucas
Belmont (1916/2005), y "Poemas", de Marta
Claverie Hernández (1922). Son dos libros que
tienen mucho en común: Elena y Marta son Madres
de Plaza 25 de Mayo de Rosario. Sus dimensiones,
la profundidad con que indagan en la experiencia
que los tocó atravesar, muestran que la
escritura no fue un ejercicio episódico ni un
acto de catarsis sino una reflexión constante,
"un espacio íntimo de resistencia al dolor; un
espacio laboriosamente construido en la más
absoluta adversidad", como se dice en el prólogo
de la obra, publicada por el Museo de la Memoria
y la Editorial Municipal de Rosario.
Reproducimos la reseña que Osvaldo Aguirre
escribió sobre los poemarios a la hora de
aquella primera edición.
El impacto de la desaparición del hijo en el
ámbito de la casa, el silencio como un registro
de la pérdida, aparecen tanto en Todo te
sobrevive, el libro de Elena Lucas de Belmont
como en los Poemas de Marta Claverie de
Hernández.
La escritura supone entonces un lugar donde
hablar con los hijos, que están siempre
presentes ("Estoy llena de ti. Todo el día en mi
mente,/ en la piel, en la carne y la sangre",
escribe Belmont), no sólo porque dejaron sus
huellas en los sitios que habitaron sino porque
sus voces persisten en la memoria de las Madres,
de modo tal que la voz de las Madres es la voz
de sus hijos: "Cada Madre es un nombre que
rebela./ Cada una es un hijo./ Una semilla que
la tierra aventa", dice Belmont en otro poema,
así como Marta Hernández señala que una "oscura
semilla maduraba en el viento", la semilla, tal
vez, de las voces recuperadas, no solamente la
del propio hijo: "digo/ nombro/ con mis propias
palabras/ otros nombres/ que no fueron
nombrados".
En Poemas, los primeros registros señalan el
vacío que queda en la casa ante la desaparición
del hijo, tan desgarradora que parece arrastrar
consigo a la propia voz que lo evoca ("la casa
está/ ese cuarto es el mío/ yo/ la ausente"), y
el surgimiento de los recuerdos, dolorosamente
insuficientes.
Pero es en la medida en que se empieza a hablar,
en que se escribe, que las palabras pueden
trazar un pequeño círculo donde la voz y la
imagen del ausente quedan al abrigo, como en un
fuego preparado a la intemperie, cuyas llamas se
reavivan o languidecen de acuerdo a las
condiciones del ambiente, pero siempre
encendidas y protectoras.
El título Todo te sobrevive inscribe ya una
presencia que se ha vuelto imborrable, porque
aparece allí donde se posa la mirada.
En los poemas de ese libro son constantes las
alusiones a la tierra. No se trata de una
cuestión retórica sino de la figura que formula
el proceso reparador y a la vez lacerante de la
memoria. Si el hijo ha desaparecido y no puede
ser localizado en ningún punto, entonces toda la
tierra es su ámbito de residencia.
Entonces, como dice Belmont, "la tierra
configura/ la gracia de tu cuerpo", entonces la
tierra se transforma "en tierna protección de
golondrinas,/ de pájaros y peces desplegada/ y
fatigada voz cantando/ la trágica aventura de
tus muertos", entonces en la tierra echa raíces
una afirmación vital: "creo en esta flor simple/
que puede ser mi hijo// creo en este milagro de
abrazarlo,/ entre cuerpos enormes de ceniza".
Por eso, quizás, cuando Belmont escribe "Yo creo
en este árbol del verano" es que el mismo árbol,
sólido y bien plantado, renovado con los nuevos
brotes de la estación, devuelve la imagen de lo
que no puede ser suprimido.
Las voces de estas madres "delicadas y secretas,
batallaron, también a través de la escritura,
contra la ausencia y el olvido", dicen los
editores.
Este libro es la ocasión de acercarse a esa
experiencia trágica, e iluminadora.
**//**
Imagen: Alapalabra.
Publicado en el suplemento Señales del diario La
Capital.
Edición del domingo 20 de abril de 2008
|