Por Carlos Del Frade / 21 de Abril de 2014
OPERATIVO CONTRA EL NARCOTRÁFICO
ROSARIO OCUPADA
Casi tres mil efectivos de fuerzas federales
desembarcaron en Rosario el 9 de abril, en el
operativo más importante en relación al tráfico
de drogas de la historia argentina. "Es el mapa
de la pobreza", le susurró el ministro de
Seguridad de la provincia, Raúl Lamberto, a este
cronista mientras veían una y otra vez el mapa
digital proyectado sobre una pantalla en la sala
del Centro Operativo de la Prefectura. Los 67
puntos clave, marcados en rojo, rodeaban el
centro rosarino. Eran las villas que se
multiplicaron en forma paralela al cambio de
piel productiva que tuvo la región desde los
años setenta al presente. La mayoría de los
puntos de venta allanados están allí. Pero el
espacio blanco, inmaculado de puntos rojos, ese
centro rosarino es el lugar donde empresarios,
funcionarios de dudoso proceder, dirigentes
varios, contadores, abogados y otros tantos
integrantes de la fauna urbana hacen fortunas
con el lavado de dinero ilegal que viene,
fundamentalmente, de esa forma de acumulación
fluida y permanente que es el narcotráfico.
"Hay un antes y un después de este operativo…
Ahora tenemos que aplaudir todos", dijo el
gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, junto
al secretario de Seguridad de la Nación, Sergio
Berni, cuando terminó la ocupación de veinte
barrios rosarinos en el crepúsculo del miércoles
9 de abril de parte de casi tres mil efectivos
de la Policía Federal, Gendarmería, Prefectura y
las Tropas de Operaciones Especiales de Santa
Fe. Aunque los resultados fueron anoréxicos a la
hora de secuestro de cocaína y marihuana y
también en relación a las detenciones, fieles
consecuencias de filtraciones que llegaron con
puntualidad a la mayoría de los 67 puntos
operativos o bunkers, el objetivo de ocupar los
territorios con espectacularidad para señalar la
presencia represiva del estado fue cumplido.
La celebración del gobernador y del funcionario
nacional estaba fundamentada en el conocimiento
del hartazgo de grandes sectores de la población
rosarina con respecto a la violencia y la
corrupción de la policía provincial. Un día
después, los cronistas de los medios locales
repetían los comentarios de los vecinos que
ahora expresaban la "sensación de seguridad".
Pero las calles de la ex ciudad obrera estaban
patrulladas por tremendos camiones artillados de
las fuerzas de seguridad nacionales y por la
noche el ruido de las hélices de los
helicópteros pintaban un paisaje de película de
guerra. Muchos trabajadores, al regresar a sus
casas en la zona sur, le contaban a esta agencia
la extraña doble sensación de sentirse
protegidos, por un lado, e invadidos, por el
otro. De allí que el ministro de Seguridad de la
provincia, Raúl Lamberto, haya salido a decir
que se trataba de "un operativo de pacificación,
no de ocupación militar". En sus dichos estaba
implícita la innegable conciencia de haber
asistido a un desembarco de tropas en la
geografía del otrora corazón del segundo cordón
industrial más importante de América del Sur.
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La última presencia masiva de tropas federales
en el sur de la provincia de Santa Fe se produjo
el 20 de marzo de 1975, cuando el ministro del
Interior del gobierno de Isabel Martínez de
Perón, Alberto Rocamora, ordenó invadir Villa
Constitución para detener a doscientos delegados
de fábrica que habían elegido como conducción de
la UOM a la lista Marrón encabezada por Alberto
Piccinini. Eran casi cuatro mil efectivos de
distintas fuerzas acompañados por bandas de
ultraderecha de las patotas sindicales de San
Nicolás y Rosario que convirtieron al albergue
de solteros de Acindar en uno de los primeros
centros clandestinos de detención y torturas de
la Argentina.
La justificación fue desactivar el complot
contra la industria pesada argentina,
restablecer la paz y la seguridad en la región.
El presidente del directorio de Acindar, José
Alfredo Martínez de Hoz, pagó doscientos dólares
por cabeza a aquellos portadores de la
tranquilidad que exigían las grandes patronales
y para la cual trabajó aquel gobierno. Desde
entonces no hubo otro operativo de semejante
cantidad de efectivos de tropas federales hasta
el miércoles 9 de abril de 2014.
-No venimos a buscar narcos, venimos a ocupar el
territorio– le dijo Berni a los únicos tres
periodistas que estábamos en el Centro Operativo
de la Prefectura Naval de Rosario, en avenida
Belgrano al 800, donde termina la Bajada
Sargento Cabral. Era el mismo concepto que
eligió el juez provincial Juan Carlos Vienna
cuando procesó a 36 integrantes de la banda
mafiosa de Los Monos, el 19 de febrero pasado, y
en cuya resolución se lee con precisión que el
poder de la misma se basó en la constitución de
"un gobierno de facto" sobre varios barrios de
la ciudad de Rosario a partir del cual generaron
y multiplicaron el "negocio de la violencia". Es
curioso que muchos funcionarios y dirigentes
políticos que adscriben al pensamiento del
gobierno nacional se empecinen en ensuciar a
Vienna que, justamente, dice el único por qué
razonable a la ocupación militar de la Cuna de
la Bandera.
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-Es el mapa de la pobreza…- le susurró el
ministro de Seguridad de la provincia, Raúl
Lamberto, a este cronista mientras veían una y
otra vez el mapa digital proyectado sobre una
pantalla en la sala del Centro Operativo de la
Prefectura. Efectivamente, los 67 puntos clave,
marcados en rojo, rodeaban el centro rosarino.
Eran las villas que se multiplicaron en forma
paralela al cambio de piel productiva que tuvo
la región desde los años setenta al presente. La
mayoría de los bunkers están allí. Pero el
espacio blanco, inmaculado de puntos rojos, ese
centro rosarino es el lugar donde empresarios,
funcionarios de dudoso proceder, dirigentes
varios, contadores, abogados y otros tantos
integrantes de la fauna urbana hacen fortunas
con el lavado de dinero ilegal que viene,
fundamentalmente, de esa forma de acumulación
fluida y permanente que es el narcotráfico.
Porque ese mapa de la pobreza es construcción
del intocable mapa de la riqueza, geografía de
los delincuentes de guante blanco que supieron
hacer de Rosario el lugar por donde pasa la
mayor cantidad de dinero del país porque por
allí se mueve el 70 por ciento de las
exportaciones argentinas y que, por lo tanto,
también incluye el dinero de las operaciones
ilegales que se confunden en ese incesante flujo
o circuito de metálico.
Dos mujeres embarazadas, de nueve meses de
gestación, debieron ser atendidas por las
ambulancias de la municipalidad. Hay que
detenerse en esa postal que venía del otro lado
del micrófono que presionaba con profesionalismo
el jefe de comunicaciones de la Policía Federal.
Esas mamás trabajaban para los narcos en bunkers
que son cerrados desde afuera y creen que
ganando dinero por esa vía obtendrán un futuro
mejor para esas vidas que están a punto de
parir. Semejante decisión existencial, ¿puede
cambiarse con la saturación de fusiles, chalecos
antiabalas, carros de asalto, cascos y
borceguíes?. El sentido existencial que
necesitan las pibas y los pibes que trabajan
para el narco, ¿será recuperado solamente
apostando a la tranquilidad que muchos vecinos
ahora experimentan por la presencia de modernos
robocoops?
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El gobierno nacional había tildado a la
administración santafesina de "narcosocialismo"
y la provincial cargaba culpas sobre el
kirchnerismo como la suma de todas las
corrupciones e intolerancias. A partir de enero
de este año, la cosa cambió. Ahora hay que
aplaudir juntos, según la descriptiva imagen que
usó Bonfatti. ¿Por qué ese cambio? Quizás la
respuesta está en la historia reciente de las
relaciones de gobiernos provinciales y de la
propia administración kirchnerista con el
imperio, con Estados Unidos, el verdadero Patrón
del Mal. El seis de enero de 2014, el
cuestionado general César Milani, jefe del
Ejército argentino, anunció la compra de 35
camiones Hummer nada menos que al Comando Sur de
Estados Unidos para "combatir al narcotráfico".
Semanas después, Bonfatti y Lamberto recibían
instrucciones de la DEA, el FBI y otras
reparticiones para implementar políticas en
contra del avance narco en la región. Vinieron
asesores de esas fuerzas a dictar cursos a la
policía santafesina tal como había sucedido a
fines de los ochenta y en los 90 durante el
primer gobierno de Carlos Reutemann. Entre
febrero y marzo, el propio Berni, Daniel Sciolli
después, funcionarios del gobierno cordobés de
De La Sota y ahora mismo, integrantes del
ejecutivo mendocino, hacen el mismo periplo. Van
al norte, reciben especialistas de la DEA y
anuncian las mismas medidas en todos lados:
policía de proximidad, policías municipales,
convocatoria a ex policías y pedido al gobierno
nacional para que envíen tropas de gendarmería y
prefectura a los conurbanos.
Es el guión de la llamada doctrina de seguridad
ciudadana, la nueva forma de control social y
política que viene implementado Estados Unidos
desde el lanzamiento de la guerra contra el
narco que declaró Ronald Reagan en julio de
1988. Ya no hay discusiones entre la
administración nacional y las provinciales,
ahora se habla de "coordinación", "pacificación"
y "articulación". Es el mismo guión de una
película de terror que ya se experimentó en el
Plan Colombia, entre 1996 y 2002; el plan
Mérida, en México, a partir del 2003 y en
Brasil, a partir de la creación de la Unidad de
Policías de Pacificación que, junto a tropas del
Ejército, invadieron las favelas de Río de
Janeiro y San Pablo con la idea de combatir al
narcotráfico. El resultado fue la disminución de
las tasas de homicidios pero el aumento de las
desapariciones. Y, en forma paralela, la
continuidad de la violencia y el negocio narco.
Los tres principales exportadores de cocaína a
Europa son, según el último informe de Naciones
Unidas del 27 de junio de 2013, Brasil, Colombia
y Argentina.
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Este cronista nació en Rosario hace 51 años.
Disfrutó de aquella ciudad obrera, industrial,
ferroviaria y portuaria que ofrecía trabajo a
las pibas y los pibes que terminaban la
secundaria y podían encontrar trabajo en los
mismos barrios donde estaban las escuelas.
Vinieron los saqueos del mapa intocable de la
riqueza y no hubo una sola explicación para esos
lugares que se quedaron sin herramientas
materiales para sostener los proyectos de vida.
Surgió, entonces, la economía informal, fresca y
alucinada de trabajar para el narcotráfico.
Consumidores, consumidos, soldaditos inmolados
en el altar del perverso dios Dinero y
socialización de las armas, las dos grandes
fuentes de dinero fresco y que no paga impuesto
algo que tiene el capitalismo. Drogas y armas,
bien cerquita de nuestros pibes. Mucho más que
un trabajo digno.
Creció la violencia y ahora muchos saludan con
alegría y esperanza la masiva presencia de
fuerzas federales de ocupación porque sienten
que tienen seguridad. Pero si no hay algo más
que fusiles es probable que se repita la
historia de la Patria Grande. Que no sea otra
cosa que pan para hoy y hambre para mañana. Dos
días después del megaoperativo, el papá del
cronista hubiera cumplido 76 años. Le decían "el
Baco", el dios del vino. Murió joven, cuando
apenas tenía 68 años. Muchas tristezas, muchos
despidos, lo habían convertido en un tipo muy
callado y esa angustia le comió el interior de a
poco.
Cuando nacieron sus nietas supo que todavía
quedaba algo lindo. Pero ya no tuvo resto.
Fue de la mano del Baco que este periodista
conoció aquella ciudad que ya no es, aquel lugar
donde no se necesitaba de la presencia obscena
de hombres armados hasta los dientes para
sentirse bien.
Será por eso que cuando terminó la llamada
Operación Rosario, el cronista experimentó la
ausencia de su viejo como hacía rato no sentía.
Quizás porque también necesitaba de esa ciudad
que ya no está y en la cual, además, le dicen
que todos tenemos que aplaudir.
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Imagen: mundoweb2-1.blogspot.com.ar
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