Rubén ardiendo en las calles
por Jorge Cadús

 

Hace tiempo me contaron la historia. En ciertos poblados europeos, donde sopló con más fuerzas el viento devastador del nazismo, las casas de quienes supieron resistir al odio con valor y firmeza están señaladas. Se distinguen las casas para que las nuevas generaciones sepan que allí vive un resistente. Alguien, un hombre, una mujer, que supo arder en los fuegos de ideales nobles, solidarios, generosos. Alguien que se plantó de frente al terror cotidiano y cotidianamente dijo "No".

El último día de septiembre, el Concejo Municipal de Rosario declaró "Ciudadano Ilustre" al artista y profesor Rubén Naranjo, colaborador permanente de esta revista. El proyecto fue presentado por Carlos Taruselli, un ex alumno, y contó con el apoyo de todos los ediles. La distinción es un reconocimiento "por la trayectoria e inclaudicabilidad", y por su sostenida lucha en defensa de los derechos humanos. Un reconocimiento para quien se plantó de frente al terror cotidiano y cotidianamente supo -y sabe- arder en los fuegos de las luchas del pueblo.

Fuegos. En aquel baldío, de purrete inquieto, merendando con "aquel grupo de basureros, gente de trabajo". En los 60, por la dignidad del hombre, y por sus derechos, en las calles ardientes del Rosariazo que trenzó en un abrazo a obreros y estudiantes. En la invención de la muestra "Tucumán Arde". En la construcción del proyecto emblemático de la Biblioteca Popular Vigil, "donde todos eran peronistas" y él, "un anarquista trasnochado", y los libros se multiplicaban, y se multiplicaban las canciones. Fuegos. En la persecución a la que lo sometió el terrorismo de estado, en la clandestinidad y la cárcel. En la huelga de hambre del 83 por el ingreso irrestricto a la Universidad, y en todas las huelgas, con todos los obreros. En la resistencia a las leyes de la democracia que liberaba asesinos y torturadores. Siempre en las calles. En el ardiente metal de la memoria y las ideas. Fuegos. En la asociación Chicos, con todos y cada uno de los pibes de la calle, con "el pueblo maltratado, violado". En "las plazas", con las Madres y las Abuelas de los pañuelos, inseparable. Y otra vez en la pólvora, y otra vez en la sangre, en un diciembre tan cercano, tan doloroso, en la creación de la Comisión negada por politiqueros menores para investigar los fusilamientos de 2001. Y en la nueva lucha por recuperar, distinta, aquella Vigil, y en el sueño ardiente de la Biblioteca Popular Pocho Lepratti. Fuegos. Para quemar impunidades. Para que arda la ansiada llamarada de la verdad y la justicia. Para que nunca más.

Rubén, nuestro querido y admirado Rubén, sigue ardiendo, fogata contagiosa de utopías posibles. Para que las nuevas generaciones sepan que hay alguien -muchos- que se plantó de frente al terror cotidiano, a la cotidiana impunidad. Y dijo "No".

 

 

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