EL CUERPO
DE LAS MADRES Y LA ESCRITURA DE LA MEMORIA
En diciembre de 1977, un
grupo de tareas de la dictadura secuestró
a tres integrantes de Madres de Plaza de Mayo.
Casi treinta años después, la
tozudez de la memoria gritó sus nombres
para que la verdad comience a escribir su
crónica completa. En esa escritura
faltan, todavía, los nombres de los
asesinos. Y falta, también, la justicia,
que deberá llegar, para ya nunca más
quedarnos solos.
ángel
rubio de la muerte, de qué poco te
sirvió el himno, Jesús, la bandera
y el sol que te vio.... León
Gieco.
Una de las mejores películas
de fantasmas que vio este cronista cuenta
la historia de un pibe, atormentado porque
veía gente muerta, en la escuela y
en su casa, de día y de noche, los
fantasmas estaban por todas partes, no dejaban
de aparecer, y el chico quedaba aislado por
el espanto, por la incomprensión de
las otras personas que ignoraban las cosas
que ocurrían, y solo él tenía
ojos para ver.
Cierto día, a un psicoanalista en pena,
se le ocurre que tal vez no haya que huir
de aquellos fantasmas. Acaso la clave estaba
en mirarlos a los ojos, por temibles que fueran.
Interrogarlos y ver qué tienen para
contar...
Para quienes no la hayan visto, no voy a develar
el final de esta historia, que sólo
traigo a cuento a propósito de nuestras
propias verdades escondidas, de los terribles
secretos que ni el mar se quiso guardar.
Corría enero de
este año cuando el Equipo Argentino
de Antropología Forense puso al descubierto
uno de los crímenes más vergonzosos
de nuestra historia. La exhumación
de unas fosas clandestinas, ubicadas en el
cementerio de General Lavalle, confirmó
que los restos hallados pertenecen a las Madres
de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Esther
Ballestrino de Careaga y María Eugenia
Ponce de Bianco. Secuestradas en un operativo
en diciembre de 1977, ellas permanecieron
detenidas, desaparecidas en la ESMA antes
de ser arrojadas al mar, en un vuelo de la
muerte.
Detrás de este hallazgo se esconde
una historia de cobardía, pero también
de dignidad, del coraje de un puñado
de mujeres que salieron a cambiar la historia,
en la peor de las noches.
Judas
Quien diga verdades
no va a recibir represalias por ello...,
decía Jorge Rafael Videla en una conferencia
de prensa en 1977. En base a esta afirmación
las Madres y familiares de desaparecidos decidieron
publicar una solicitada en el diario La Nación,
dirigida a los altos mandos de las Fuerzas
Armadas, a la Junta Militar,
a las autoridades eclesiásticas y a
la prensa nacional. Por Una Navidad
en Paz, sólo pedimos la verdad,
decía el título de la denuncia
que debía ser revelada al mundo entero.
La paz tiene que empezar por la verdad,
la verdad que pedimos es saber si nuestros
desaparecidos están vivos o muertos
y dónde están...
Entre los nombres que firman la solicitada,
Gustavo Niño era una identidad fraguada
que escondía al Capitán Alfredo
Astíz, el ángel rubio
que la Marina había enviado para terminar
con este incipiente movimiento, con estas
mujeres que habían llegado demasiado
lejos.
Con un beso el traidor las señalaba,
aquel 8 de diciembre, en la iglesia de la
Santa Cruz, donde las Madres y las organizaciones
debían encontrarse para juntar el dinero
recaudado para la publicación de la
solicitada.
Era el Día de la Virgen y la iglesia
estaba colmada de fieles celebrando la misa.
Mientras tanto, cientos de personas pasaban
al jardín donde Esther Ballestrino
de Careaga, la delegada de las Madres, recibía
el dinero.
Allí estaba el infiltrado que sólo
puso unos centavos antes de preguntar, preocupado,
si Azucena no vendría.
-Puede ser- le dijeron las madres.
-Pero, ¿viene o no viene?- insistió
con impaciencia, antes de retirarse de la
iglesia, sin esperar respuesta. Ya nadie volvería
a verlo.
Aquella tarde un Grupo de Tareas con dos autos
esperaban en la puerta, para atajar a las
Madres que debían salir rumbo a Palermo.
Los marinos se llevaron a Esther y a Mary
Ponce de Bianco. Junto a ellas secuestraron
a la hermana Alice Domon, y a un grupo de
jóvenes que las acompañaban.
Con ellos se robaron una tercera parte del
monto acordado y la solicitada sólo
pudo ocupar media página.
Dos días después, el 10 de diciembre,
Azucena Villaflor era secuestrada en la esquina
de su casa, cuando fue a comprar el diario
que contenía la solicitada.
Regreso
Una investigación
periodística iniciada en diciembre
de 1999 por un equipo de alumnos y docentes
de la facultad de periodismo de la Universidad
Nacional de La Plata, en el partido de la
costa, reveló detalladamente la ubicación
de las fosas clandestinas en el cementerio
de General Lavalle. A partir de un largometraje,
Historias de aparecidos, la investigación
fue dada a conocer en todo el país,
con su difusión en el canal estatal.
Las Madres fueron arrojadas a las aguas, y
el mar las devolvió, la verdad que
quiso ser escondida sigue apareciendo, y esos
huesos impregnados con arena del tiempo, nos
hablan de una sociedad que tiene que aprender,
igual que el chico del sexto sentido, a mirar,
a mirarse, a la cara de sus propios fantasmas.
Presentes
Las Madres
seguiremos en la lucha, reclamando justicia,
castigo a los culpables y conocer la
verdad histórica. En
la Plaza 25 de Mayo las Madres rosarinas
recordaban así a las creadoras
del movimiento que comenzó a
girar un 30 de abril de 1977, en Plaza
de Mayo, para nunca detenerse.
Nosotras nos sentíamos
en deuda, por no haber concretado un
homenaje, al tiempo en que se conocía
la noticia de su hallazgo. Lo hacemos
hoy ante este lugar para nosotras sagrado,
donde recordamos y rendimos culto a
nuestros familiares desaparecidos y
asesinados durante el terrorismo de
Estado. Con cariño, dolor y admiración
hacemos nuestro homenaje a Azucena,
Esther y María Eugenia, iniciadoras
del movimiento de las Madres,
sostuvieron las Madres de los pañuelos,
con la emoción apretada en el
pecho.
Sabiendo que el mejor de los tributos
es seguir de pie, las Madres marchaban,
como cada jueves, en la Plaza 25 de
Mayo. En el aire, acompañadas
por el rumor de los pasos incansables,
se podían oír las palabras
de Azucena a sus compañeras,
cuando ya se habían llevado a
Esther y a María Eugenia... Si
a mí me pasa algo, ustedes sigan.
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