De mapas, espejos y destinos
En
el momento de remontarnos atrás, de
volver a recorrer imaginariamente el mismo
camino, nos damos cuenta que todo sigue vivo
en alguna parte de nuestro cuerpo.
Los
más temidos recuerdos siguen ahí,
escondidos, y no podemos evitarlos. Todo sigue
inquieto y cada momento vuelve a suceder,
sigue sucediendo una y otra vez dentro nuestro.
El relato se convierte entonces en un mapa.
Norma
Vermeullen nos muestra ese mapa, ese recorrido
que nos cuenta cuando un día, hace
tiempo, las primeras madres comenzaban a encontrarse
y mirar a los ojos del miedo. Norma nos cuenta
de aquellas primeras reuniones junto con la
organización Familiares, en alguna
casa de la cortada Ricardone, y nos habla
de su hijo Osvaldo Mario, de su militancia,
del silencio que nunca le ganó, y de
cómo cada jueves vuelve a la plaza
para encontrarse con él.
Norma
nos habla de la importancia de seguir nombrando
a Osvaldo y nos regala unas palabras que encontró
y guardó para nunca dejar de pronunciarlas...
"Hay que regar los recuerdos como a las
flores, y para regarlos hay que mantener regularmente
el contacto con los testigos del pasado, es
decir, con los amigos. Son nuestro espejo,
nuestra memoria".
Dejen
la memoria ahí, donde se olvida
el olvido,
para que el verdugo
sepa que adonde vaya lo sigo.
No importa que ya
no esté, soy un silencio testigo.
Si soy recuerdo,
recuerda.
No olvides que no
hay olvido.
Cuando las madres
pregunten qué fue de nuestro
destino,
no se olviden de
acordarse que aquí y ahí
comienza el camino.
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